domingo, octubre 16, 2016

Un regalo diferente,
Marta Azcona - Rosa Osuna,
Kalandraka, 2016

En Un regalo diferente  se muestra una perfecta simbiosis entre texto e ilustración; de tal manera que no puede entenderse la una sin la otra. Eso, sin duda, es un valor añadido para que los pequeños, desde 3 años, se dejen atrapar por esta historia de amistad que solo los niños pueden entender porque solo los niños entienden que el valor de las cosas no está en el aspecto económico sino en algo mucho más importante, en el valor emocional. Eso es lo que importa.
Tristán regala a su amigo Marcelo, por su cumpleaños, un retal de ropa que le había sobrado de unas cortinas y, aunque, este hubiera preferido una peonza, acepta el regalo sin más problemas. Juntos descubrirán lo maravilloso que es ese trozo de tela y las muchas aplicaciones que presenta porque los dos son capaces de imaginar y los dos se sienten bien uno al lado del otro. Y ese es todo el misterio o el gran misterio, según lo entedamos.
Solo los niños saben que una caja de cartón es más apetecible, a menudo, que el regalo más valioso y solo los niños saben darle la verdadera dimensión a una piedra, a un trozo de plástico o a una bolsa. De ahí que el relato que hoy nos ocupa sea tan jugoso y fresco porque conecta directamente con aquello que es importante.
El texto, directo y equilibrado, se fusiona, como ya dijimos, con las ilustraciones, festivas, juguetonas y armoniosas. No sabríamos decir qué animales son los dos amigos; aunque sí podemos afirmar que se lo pasan muy bien juntos y que un tercer personaje, un perro, es feliz con ellos, ya que aparece en todas las ilustraciones, aunque no se le mencione en el texto. A menudo, cierto es, sobran las palabras y entran los gestos.
Gracias a este retal de ropa, incluido en el propio cuento, se vencen miedos, se logran tesoros, se cruzan mares y se superan tempestades.
El relato se aleja del consumismo y se detiene en los pequeños regalos que nos ofrece la vida y que, sin duda, se empiezan a prodigar en la infancia.
El cuento se puede leer en catalán, gallego, portugués, italiano y, por supuesto, castellano.

domingo, octubre 09, 2016






El patio de mi casa. Memorias (Segunda parte)
Rosa Ruiz Gisbert
Ediciones del Genal, Málaga, 2016.

No hace mucho reseñamos El cuervo de Poe, la primera parte de las memorias de esta escritora malagueña. Rosa Ruiz Gisbert. Entonces asistimos a los años de infancia, adolescencia y juventud. Fueron años de conocimiento, de dudas, de adversidades; fueron los años en los que se crea el carácter de una persona. Ya nos admiró su especial manera de narrarse a sí misma, de contarse, de observarse, sin tragedias, con aceptación de lo que fue y, sobre todo, con perdón a los que estuvieron y no siempre fueron.
Ahora, estamos en la segunda parte, la de la madurez y la vejez. Este segundo volumen al que Rosa Ruiz titula, de forma también simbólica, El patio de mi casa está, si cabe, mucho más logrado porque la autora se ha apoderado del personaje, que no es otro que ella misma, y ya, muy cerca, en el tiempo, de lo que narra, es capaz de resumir aquellos hechos, aquellos momentos que marcaron su presente y que guiaron su madurez.
Rosa Ruiz no pasa cuentas, ni siquiera con ella misma, porque está por encima de ello. Lo que pretende es dejar constancia de su camino, del proceso que siguió, lleno de dificultades físicas y emocionales, hasta lograr crecer como persona y como escritora. No es otro el camino que se narra en El patio de mi casa que el del crecimiento interior. La escritora malagueña habla de sus afectos, de su madre, a la que aprendió a estimar y, sobre todo, perdonó; de su hermano, tan presente en su vida; de sus relaciones personales, algunas fallidas, otras decepcionante, algunas soslayables.  
La honestidad y la humildad presiden las reflexiones de Rosa Ruiz. Con un tiempo que se fue y otro incierto llamando a su puerta, reflexiona acerca de la vida, del amor, de la amistad, de la familia, de las quimeras del día a día y de las limitaciones, a veces pequeñas, otras enormes, que tuvo que vencer. En este camino que fue su vida, la autora no siempre acertó, pero sí tuvo la curiosidad y la valentía suficientes como para intentar nuevas vías de autoconocimiento. Finalmente, la escritura le dio la serenidad que ella buscaba y le permitió poder plasmar aquello que sentía. Sus años en el taller de Fuentetaja, que compartió con quien escribe estas líneas, la ayudaron a asentarse y le dieron algunas herramientas para dar el salto hacia la publicación, hacia la escritura libre y certera que la caracteriza.
 No se anda por las ramas, no busca paliativos, jamás lo ha hecho, si no que pone el dedo en la llaga y observa, se observa y escribe: "Quien expone la verdad suele ser menospreciado porque nadie desea verse reflejado en ella". En este destape emocional que son sus memorias, Rosa no huye de sus propios miedos, si no que los muestra y trata de entenderlos y, como decíamos, de perdonarlos. 
Las memorias de Rosa Ruiz están perfectamente contextualizadas y, al lado de aspectos personales, aparecen las referencias históricas y sociales a una época cambiante, la de finales del S. XX y principios del S. XXI que la autora vivió, y vive, en primera persona. No olvida sus referencias cinematográficas a las que, a menudo, busca paralelismos con su propia vida ni tampoco sus viajes. La recreación de los lugares a los que ha ido es fundamental para entender estas memorias. 
El volumen es tan rico en matices, tan amplio en sentimientos y emociones que resulta difícil poderlo apresar en una reseña. Hay que leerlo despacio y, sobre todo, leer las reflexiones que hace la escritora acerca de lo divino y de lo humano, de la vida y de la muerte, de las pequeñas limitaciones del día a día, de las miserias y las grandezas del ser humano.
No podemos dejar de agradecer la lucidez de Rosa Ruiz y la valentía con la que ha escrito sus memorias. Eso sí, que sea un punto y seguido porque, pese a sus problemas de salud, Rosa Ruiz Gisbert tiene mucho que contar todavía. Y deseamos leerlo. Como ella misma dice: "...en la vida no hay más final que la muerte y esa, por fortuna, no ha llegdo aún, de modo que estamos ante un final abierto en el que puede pasar de todo".  
 

domingo, octubre 02, 2016

Orit Gidali. Il.lustracions: Aya Gordon-Noy,
Birabiro, 2016

A la Nuna, a l`escola, li han dit una cosa que no li ha agradat massa, que té les cames de flamenc. Com s`ho ha de prendre això? Quan li explica a la seva mare, aquesta li va donar la solució. Va buscar les seves ulleres "per als dies que no són gens màgics". I amb aquestes ulleres, que a les il.lustracions, es representen, de manera simbòlica, com un palet de fer bombollesde sabó, la Nuna acaba entenent algunes coses essencials de la comunicació humana. De vegades no hi ha cap relació entre el que es diu i el que es vol dir, perquè "les persones no sempre diuen el que pensen o pensen el que diuen que pensen o diuen el que pensen que diuen". 
D`aquesta manera, tan poc ortodoxa i tan divertida, la Nunca sent, per una banda el que es diu, però sap interpretar el que es vol dir de debò. A les il.lustracions, surten com dues bombolles, a l`estil dels còmics, una, la que sentim, de color blanc i, l`altra, de color gris, la que sentim. De mica en mica, la Nuna aprèn a entendre als que la envolten i a no sentir-se malament per les paraules.
Les il.lustracions, detallistes i directes, ens ajuden a interpretar aquests missatges contradictoris.
El conte, escrit en hebreu originalment, té com dues vessants, per una banda, el text que escriu el narrador, en tercera persona i que explica la història i, per l`altra, els diàlegs o les paraules que diuen els personatges i que es mostren, com ja hem dit, amb una doble interpretació.
En definitiva, un conte molt original, que s`adreça als primers lectors, però que a tots ens pot agradar atès que ens parlar de quelcom innat a l`ésser humà, la comunicació. 
La Nuna, finalment, deixa les ulleres perquè ja no les necessita pas i ens dóna una lliçó: "Ja sé fer màgia sense les ulleres!", diu a la seva mare. És com efecte dominó perquè la seva mare veu que tampoc les necessita ja que elles i el pare diuen sempre el que senten perquè s`estimen de veritat. Ara bé, aquestes ulleres no es perden i donen noves oportunitats als que les trobin, com passa en el llibre... però això no ho direm!
El secreto del espejo,
Ana Alcolea
Ilustraciones: David Guirao,
Anaya, 2016

El secreto del espejo surge de la necesidad que siente su autora, la escritora aragonesa Ana Alcolea, de contar historias; pero no solo eso, sino que lo que le fascina a Ana Alcolea es la vida de los objetos, aquello que quienes los poseyeron dejaron en ellos y aún existe. De ahí que en sus novelas suela generar enigmas en torno a aquellos enseres que acompañan al ser humano, ya sea una caja azul, un medallón, una caja de música, unas cartas o, como veremos en el libro que nos ocupa, un extraño espejo.
De alguna manera, Ana Alcolea penetra en la esencia de lo humano, en sus estados de ánimo, en sus miedos, anhelos y cuitas a través de sus objetos más preciados. Hay algo mágico en los restos del pasado y eso a la escritora le atrae poderosamente y quiere contarlo porque ella necesita dar respuesta a sus propias preguntas, a sus emociones y lo hace de la mejor manera que sabe: escribiendo.
En esta ocasión, nos encontramos a personajes ya conocidos de su anterior novela, El secreto del galeón. Marga y Federico, los arqueólogos que investigan en pasado, siguen su trabajo en el Museo de Zaragoza; más bien Marga, porque Federico es un alma inquieta y no para en ningún sitio; al menos de momento. Su hijo, Carlos, el joven adolescente sensible, sigue su relación con Elena, su compañera de clase, bailarina de ballet, intuitiva y llena de contradicciones. La novela arranca cuando el abuelo de Carlos, un señor mayor viudo, celebra su segundo matrimonio con Paquita, una mujer mayor también que, de alguna manera, intenta ocupar su lugar en la familia, aunque sin lograrlo del todo. La reflexión en torno al amor que puedan sentir las personas mayores, los ancianos, es respetutosa y conmovedora. El abuelo de Carlos, que acaba de casarse con Paquita, no olvida a su primera mujer jamás y siempre, incluso en el viaje de bodas, lleva sus cenizas en la maleta. Este hecho que puede llegar a ocasionar momentos  grotescos está cargado de simbología y, por supuesto, de amor.
Como suele hacer Ana Alcolea, hay otra historia paralela, del pasado que entronca con la del presente. En esta ocasión aistimos, en el siglo I d. C., a la huida angustiosa de Ylda, una joven esclava de los druidas que, de forma fortuita, ha logrado escapar a una muerte ritual. Ylda se encomienda continuamente a su diosa, la luna, a quien ofrece todo lo mejor que ella tiene. De alguna manera, se trata de una versión, cercana a los orígenes, de Blancanieves. Ylda ha vivido siete años con los druidas y ha aprendido todos sus secretos; así que no podrá salir con vida de allí; aunque, nuestra protagonista, logra huir y acaba encontrándose con unos soldados romanos, en lucha con su propia tierra, Britania, a los que deberá la vida. Viaja con ellos, salva al tribuno Claudio Pompeyo de una muerte segura y decide seguirlos. Ylda conoce el poder de las plantas, tiene una relación especial con las abejas y la miel y ama a su tierra, aunque debe dejarla atrás; pero se lleva una rama de brezo con ella. Su futuro parece que se halla en Roma, pero decide irse a Cesaraugusta, en pos del amor hacia la persona equivocada. Ylda madura en la antigua Zaragoza y recibe, como recompensa por sus cuidados y conocimientos médicos, una villa a las afueras; una villa que nadie quería porque parecía maldita, pero que ella hace suya y, allí, logra la paz y la estabilidad y, al fin, el amor con otro romano, Cayo Vinicio, quien siempre la quiso y nunca creyó poder alcanzarla. La historia de Ylda es una historia de esfuerzo, de lucha y de agradecimiento.
Por otro lado, el espejo, hecho con una piedra lunar, unas horquillas, un jarrón con la rama de brezo, el polvo de la verbena y unas teselas sueltas acaban en el Museo de Zaragoza en manos de Marga y Federico. Poco a poco, todo va cobrando sentido y, en sueños, Marga se siente al lado de Ylda y es ella misma quien la ayuda y ella misma quien forma, tesela a tesela el mosaico que nos devuelve el rostro de Ylda y que podemos pensar que es el mismo que ocupa la portada del libro. La portada, de David Guirao, es espléndida  y nos muestra aquellos rasgos más enigmáticos de Ylda, su pelo rojizo, los ojos verdes, la relación con las abejas e, incluso, con las serpientes. 
Carlos y Elena parecen sufrir un momento de debilidad porque Elena decide irse a Ámsterdam a completar sus estudios de ballet y a tratar de crearse un nombre en el mundo de la danza. Lo que iba a ser una ruptura incial, porque Elena arrastra un pasado complicado, se convierte en una espera y en un dejar fluir el amor de ambos para que crezca y madure.
Nos queda aún hablar de otro personaje que va y viene entre las dos historias, la gata, Hermione en la vida actual y Pamina en la pasada. ¿Qué se oculta tras la gata? ¿Los miedos? ¿Los deseos frustrados?
¿La amistad? ¿La paciencia? El lector tendrá que interpretarlo.
El secreto del espejo es una novela emocionante, muy bien documentada, incluso en los detalles más insignificantes. A Ana Alcolea le gusta fijarse, por ejemplo, en el guardián de Museo, Manolo, quien, de alguna manera es el testigo de las idas y venidas de Marga, Federico, Carlos y Elena; le gusta observar lo cotidiano como la mancha de salmorejo en los zapatos de Carlos o los limones que relacionan ambas historias. Por supuesto, entra en las emociones y nos muestra personajes redondos en su evolución que cambian y se acompasan según sus propias vivencias. Federico y Marga parecen rehacer sus vidas juntos. Carlos y Elena van a darse tiempo y seguridad. Ylda y Vinicio acaban por reencontrarse. Pamina y Hermione parecen fusionarse.
El amor, la amistad, el deseo de superación, la lucha contra las adversidades, la búsqueda del espacio personal, el crecimiento propio son algunos de los temas que encontraremos en la novela. El secreto del espejo, por otra parte, está escrita en tercera persona y va fluyendo como el agua de los manantiales. Crece, como una pieza musical, de las que tanto gustan a Elena y a la propia Ana Alcolea. C
Uno de los mensajes, aunque la escritora huye de ellos, que podemos leer en el relato, lo pronuncia el propio Vinicio cuando dice: "La vida no es eterna, y si no nos arriesgamos a decir lo que sentimos, podemos perder toda la belleza que somos capaces de crear para los demás".  Se trata, por supuesto, de sumar.