lunes, noviembre 23, 2015

A quien corresponda,
Teresa Martín Taffarel,
Barcelona, Ediciones Carena, 2015

A quien corresponda es un poemario de una sobriedad exquisita que contiene 45 poemas destinados, como bien dice el título, "A quien corresponda". Porque... ¿quién es el destinatario de lo que la poeta escribe? ¿Quién recogerá sus versos y los hará suyos? ¿Quién acompasará su lectura a los sentimientos de quien escribe? La poesía como enigma, como carta hacia un destino dispar, heterogéneo; extraño, a veces; ajeno, otras. 
Teresa Martín Taffarel sabe de presencias, atesora ausencias, añora momentos, intuye reacciones, aguarda gestos y caras. La poeta se busca y no siempre se reconoce, pero se refleja en el que pasa, en el que no se quedó, en el que aguarda, en el que pasó de largo, en el desconocido, en el que no está... en ella misma y en sus propios duendes. Teresa Martín planta cara a la incerteza de no saber quién está al otro lado del espejo y lo busca y recrea en cada uno de los poemas de A quien corresponda.
Su poesía, ya lo dijimos, es sobria y contenida. No derrocha adjetivos, prefiere la constancia del nombre y del pronombre. ¿Qué se oculta tras el pronombre? La identidad que busca la autora y que se le esconde, como en juego de sombras y de nieblas. 
Así, inicia su camino, porque camino es el poemario, con un imperativo "Espera. No te vayas". Busca la complicidad en el otro, busca trascender la soledad:"Y yo sigo esperando". En sus poemas hay muchas paradojas y contrastes: "Porque él debiera ser tú / y yo lo sé/ y tú/ o él/ no lo sabe.../ y nunca la sobrás". 
La poesía como contraste, como alivio, como superación de la ausencia, como plano del tesoro de los emociones: "Y te devuelvo al olvido, / de nuevo/ y para siempre". La palabra no siempre sirve para expresar aquello que uno quiere decir: " y solo me queda entre las manos / un puñado de palabras mudas". ¿Por qué mudas? De nuevo la paradoja. La palabra que no sirve para la comunicación, sino al contrario, para la desazón.
 La poeta solo quiere seguir su camino, sin los lastres que la frenen. Ni obliga ni quiere que la obliguen. Da libertad a cada uno: "sin impedirte ser tú mismo / y que me dejes decidir mi pena o mi esperanza". 
Y de nuevo la palabra, que no llega a tiempo: "cuando faltaba un solo instante / para escribir la última palabra". Intuye que, en algún lugar, está ese "quien la espera", pero presiente que no lo reconocerá: "Será necesario que me llame por mi nombre, / que yo sepa entender esa llamada, / que no me rinda antes de tiempo...".
Como estamos viendo, el nombre, el vocablo es uno de los temas recurrentes en la poesía de Teresa Martín. Une, a menudo, palabra y tiempo en una especie de bucle que nos recuerda el eterno retorno: "A veces me consuelo / pensando que lo succedido alguna vez / sigue sucediendo siempre".
Son muchos los versos que podríamos recoger que aluden a ese mundo interior, a las sombras, al paisaje anímico, a las dudas, a los contrastes de la vida, al desasiego. Múltiples son las perspectivas como múltiples los puntos de vista: "Y en cada uno de los nombres / era uno y diverso".
En ese juego de espejos que es la vida y también la poesía, Teresa Martín sabe de su otredad, de ese otro que está fuera y que podría ser uno mismo. "Porque ese poeta / acaso inexistente / no es más que una transparencia /  de mi propio silencio".
Y, al fin, llegamos al final de trayecto y nos acercamos a la propia autora quien se dedica a sí misma el último poema. Aparece el desasosiego ante el paso del tiempo, la idea de ser "ayer" y no "mañana", como si ya fueran muchos los recuerdos. Poco a poco, acepta su realidad "para hacerme mañana cada día / y escuchar otras voces / y sentirme crecer en los espejos".
Como muy bien dice el poeta Carlos Skliar en el prólogo: "Una poesía como un caracol en la pared, que sube o desciende lentamente, y que crea un rastro de sonidos apenas audibles en una travesía despareja y desatenta; una poesía que, en vez de britar, nos recuerde aquello que nunca deberíamos haber perdido de vista: la atención, el cuerpo, el tiempo, el lenguaje".
A quien corresponda atañe a cualquier lector porque todos somos compañeros de viaje, todos compartimos un destino, todos nos buscamos entre las sombras. Teresa Martín Taffarel tiene el coraje y la lucidez suficientes como para invocar a esos compañeros de travesía e invocarse a sí misma en esta singladura que es, al fin y al cabo, la vida.
Poesía sobria, elegante, contenida, llena de presagios; poesía que plantea enigmas, que remueve heridas, que abre capítulos y cierra episodios; poesía que seduce y que inquieta a la vez porque... ese quien también puedo ser yo. A quien corresponda.
 

sábado, noviembre 21, 2015

Luminaria,
Ana María Romero Yebra,
Torremozas, Madrid, 2014 (La Noctámbula)

La poesía nos salva del abismo, nos consuela y nos permite salir del ensimismamiento. La poesía ayuda a curar las heridas aunque suponga hacerlas más evidentes conforme uno va hurgando, verso a verso, en su recuerdo, en su pena. La poeta Ana María Yebra escribe una elegía a su madre y, a la vez, sacude todo su dolor, todo su miedo, todo su poder de mujer que busca consuelo, que busca en la memoria una razón, una luz, un destello. Decía San Agustín que la primera pena que te causa una madre es, precisamente, su muerte. Ese no estar abismal, esa sinrazón, ese desasosiego de no poder tender la mano, de no sentirse niño de nuevo, de no ser amparado como solo sabe amparar una madre.
El poemario, inmenso, lúcido, es el homenaje a una mujer que vivió los años difíciles de la preguerra, la guerra y la posguerra y, pese a ello, no perdió su alegría de persona luminosa.
Luminaria  se divide en dos bloques, "Curriculum vitae" y "Versos de otoño". En la primera parte, como se intuye, se recogen los hitos biográficos más importantes de la madre, desde su nacimiento, su precaria escolarización, el conocimiento del amor, la boda, el nacimiento y la crianza de las hijas y la muerte del marido que supuso un mazazo para ella. No obstante, supo salir adelante y recuperar el espacio de su infancia para los suyos y acondicionar de nuevo su casa y sus brazos y todo su amor. La "extraña vejez adolescente", como la califica su hija; esos últimos años repletos de asombro, como una niña: "Quiero ser como tú cuando envejezca ./ Quiero ese rostro dulce, esa caricia / oferente en tus manos / y tu infantul asombro ante la vida". 
Ana María recuerda las pequeñas alegrías de la vida en ese tributo íntimo y, a la vez, universal, que le brinda a su madre. Se siente cercana a la mujer que le dio la vida y, de alguna manera, sigue mirando la vida como si tuviera que contársela aún a su madre. Como hizo siempre : "por pagar una parte / de la dicha que guardan las paredes / de mi hueco en el aire / cuando vienes a casa". Siente la poeta, la necesidad de agarrarse a su madre para salvar, de esa manera, la hora triste de su partida.
En la segunda parte, "Versos de Otoño", repasa la escritora, con nostalgia, como si volviera a suceder, los últimos días de su madre, esa esperanza que aún tenía en la vida, en el renacer: "Si tú pudieras, madre, rebrotar como el árbol", le dice a su madre enferma. El otoño, la estación terrible de la ausencia, se mostraba en plenitiud, mientras el tiempo hacía su trabajo, pese a la resistencia de una hija, ya adulta, que se siente indefensa como cuando era niña: "Levántate que tienes que llevarme / igual que acostumbrabas, / cogida de tu mano generosa / a compartir el gozo por la vida". Pese a todo, el recuerdo que le queda es el de la sonrisa: "No pedo recordarte de otra forma / que no sea sonriendo / a todo cuanto el mundo te ofrecía". De hecho, la esperanza no se puede enterrar. "Siempre tendré tu abrazo pendido en la memoria". Se sabe Ana María sin su madre, pero no vacía de ella porque: "no puedo estar vacía / pues llenaste de amor todas mis ánforas" porque, y con ese mensaje acaba el poemario: "Hay madres que están vivas aunque se hayan marchado".
Luminaria es un canto dolorido, pero lúcido y esperanzado porque, tras la ausencia del cuerpo, nos invaden los recuerdos, llegan las compañías pequeñas de lo que fue, el espíritu, el reposo de la memoria y rebrota, al fin, el árbol que aún es la madre y que seguirá siendo siempre.
Los versos de Ana María Romero fluyen, amplios, serenos, para acompañar a la propia poeta y a sus lectores en ese tránsito del cuerpo al espíritu, de la enfermedad a la serenidad, de la presencia a la esencia.
Un libro espléndido, luminoso y nostálgico a la vez. Un libro pleno, tan pleno como es el otoño.

miércoles, noviembre 18, 2015

Animales que hacen cosas en silencio,
Lolita Bosch -Rebeca Luciani,
Kalandraka

Animales que hacen cosas en silencio es un texto que sorprende por su planteamiento y presentación. No es un poemario al uso, como ya veremos. Para empezar se presenta de forma apaisada, lo cual indica al lector que se encuentra frente a un libro especial, que exige una lectura distinta. Una lectura marcada por la cadencia de los versos, por la tipografía, por las ilustraciones y por la seducción de las imágenes poéticas.
Lolita Bosch, la autora, escribe un relato de amor desde una perspectiva cerca al surrealismo y, en apariencia, a la escritura automática. Escoge el verso libre, incapaz de frenar sus sentimientos ni su estado de ánimo. El libro bucea en los pensamientos más profundos de la niña protagonista, la niña que nos cuenta una historia entre onírica y transgresora;; teñida, a veces, de nostalgia y soledad.
En el primer poema, a modo de dedicatoria, tenemos una de las claves del texto. La autora, o la niña poeta, dedica el poema a su perro que "vive en un altar de colores". El perro, en otro momento, leemos que se llamaba Gos y ha muerto y, de alguna manera, sigue presente en la vida de la niña quien lo echa mucho de menos y le escribe este homenaje protagonizado por animales que "hacen cosas en silencio" como las hace, ahora, su perro.
El libro puede entenderse como un viaje hacia uno mismo, pero es mejor que el lector se deje empapar por las imágenes y las situaciones. A veces no hay que interpretar, sino sentir. Es eso lo que haremos al leer los poemas. En ellos, la metáfora, la paradoja, la onomatopeya, la comparación y otras imégenes poéticas son cómplices de los versos.
 En la naturaleza se provoca un cambio, imperceptible para la mayoría, pero muy claro para el yo lírico de los poemas. Este cambio nos lleva de lo conocido y estable, a lo extraño, a lo imaginativo, al mundo de los sueños. Así, mosquitos que no quieren ensuciar a las flores, gusanos que podrían ser toboganes, peces que han muerto, un pulpo convertido en una carroza fúnebre... 
En un momento esta sucesión de imágenes, de paralelismos, de enumeraciones y de anáforas parece detenerse y se remansa para dar paso al dolor de las olas del mar, a quienes nadie hace caso.  En esta búsqueda, la niña intenta llegar al cielo, de la mano de un conejo, de un gato, de la luna, pero allí no hay toboganes que es uno de los temas recurrentes.
 A veces, aparece, en cursiva, el propio pensamiento de la protagonista que no parece sentirse muy bien: "Pobre de mí" y añade "Pobre de mí que nadie me hace caso. Como a las olas". Y aquí ya encontramos un posible hilo de unión entre todos los poemas. 
La niña viaja al fin con una estrella joven y, juntas, vuelven a lo real; aunque tamizado por las leyendas y sediento, cómo no, de paz. Una paz que no parece llegar nunca, que es soñada y ansiada. Esta niña quiere volar, ser libre: "Volar contigo si me das la mano. / Y luego presentarte a los animales que viven en los planetas, / las estrellas / y las nubes". Y yo, nos dice, "regresar a la Tierra" y añade: A casa. Y entonces, cobijada y a salvo, empezaría a cobrar sentido, aunque: "Que si a todo. Que sí siempre".
El texto admite una lectura en voz alta e, incluso, una interpretación dramatizada en donde, por supuesto, la creatividad es lo más importante.
Las ilustraciones de Rebeca Luciani se fusionan con los versos y, en un baile de colores y letras, nos dejan entrever el paisaje de los sueños, el mundo de lo onírico donde todo es posible y nada nos puede ni perturbar ni extrañar. Son unas ilustraciones rotundas, enigmáticas, a veces; inquietantes otras. El mundo de las estrellas, el cielo, el mar, el viaje, la colcha de alas de mosquito y el viaje de la niña que, como un Ícaro, parece caer, para empezar de nuevo a volar.
Animales que hacen cosas en silencio va destinado a lectores desde 12 años, pero, por la riqueza expresiva, por la posibilidad de reflexión, por las distintas claves poéticas, cautivará al público adulto. Un libro que, en cada lectura, adquiere un nuevo sentido.
 
 

domingo, noviembre 15, 2015

En Billy i el bisó,
Catharina Valckx, BiraBiro, 2015.

En Billy, el protagonista de Potes enlaire!, segueix, en aquesta segona aventura, el seu camí de petit cowboy. En aquest cop, el pare li diu que un bon cowboy ha de ser capaç de capturar qualsevol animal amb el llaç, encara que dubta que un hámster, com és ell, pugui fer-se amb un bisó. En Billy es posa al cap que ell ho pot fer i comença a fer-ne els preparatius, encara que els seus amics no ho veuen massa clar. Finalment, troba un bisó de veritat i el vol capturar. El bisó no dóna crèdit i s`enfada molt comença a galopar amb el pobre Billy enganxat al llaç. Finalment, el bisó escolta en Billy i acaba entenent que el que vol fer es quedar bé davant el seu pare. Així decideix portar en Billy a casa seva i, a canvi, menjarà unes bones avellanes torrades de les que fa el papa per berenar.
A més, el pare havia dit que si en Billy es feia amb un bisó ell es menjaria el seu barret i ho ha de fer, encara que és el bisó qui se`l menja i far riure a tothom.
En Billy i el bisó és un llibre divertit, ple d`humor i de tendrensa. Ens parla de que les limitacions les posem nosaltres i de que, si som capaços de parlar i expressar-nos, podrem aconseguir ajuda. Gràcies al diàleg, el bisó i Billy es fan amics i mostren que, a la vida, de vegades, els problemes els creem amb la nostra falta de comunicació. Quan en Billy vol capturar el bisó sense més ni més, aquest s`empipa i el llança per terra, damunt d`un cactus, però quan en Billy li explica què vol, al bisó li fa gràcia i l`ajuda a superar aquest nou repte.
Els dibuixos traspuen alegria i es centren en les diferències: en Billy és molt petit i el bisó molt gran. Hi ha alguns moments que el lector pateix pel petit hàmster, encara que la mirada del bisó sempre és clara i cau bé des del començament. Els animals, un cop més, actuen com a humans però sense perdre el seu aspecte.
Esperem continuar llegint més aventures d`aquest petit aprenent de cowboy, a qui li agraden les avellanes torrades més que res en el món i que té uns bons amics, com el cuc Pere Joan i la rateta Fina. Per altra banda, la figura del pare, sempre tendra, ajuda al Billy a fer-se gran i a créixer.
De ben segur, que els primers lectors gaudiran d`aquest text ple d`humor que ens parla de l`amistat, la valentia i l`esperit de superació.

La escalera roja,
Fernando Pérez Hernando, Kalandraka, 2015.

A menudo, los humanos nos creamos nuestras propias carencias y limitaciones y buscamos excusas para no progresar. Es bueno que los más pequeños aprendan, desde el principio, a valorarse a sí mismos y a conocerse porque cada uno tiene un potencial que debe aprender a emplear. Al pájaro protagonista del relato le sucede algo muy extraño o paradójico: necesita una escalera para subir y bajar de los sitios a los que quiere llegar. Sin escalera se siente incompleto, como si le faltara algo y es incapaz de reaccionar hasta que alguien, en esta ocasión, un amigo suyo, el conejo, le dice que para qué necesita escalera, si él sabe volar.
Y es que, también a menudo, necesitamos que sean los demás los que nos vean y den nombre a lo que somos. Por ejemplo, si en una clase de niños, la maestra no presta atención a alguno o lo trata de manera diferente, todos los demás harán lo mismo. Para que un niño se desarrolle de forma armoniosa debe tener la aprobación y la mirada de los que se encargan de él, sus padres o educadores. Nuestro pájaro ha necesitado al amigo y, una vez ha visto que él era capaz, se ha echado a volar y adiós escalera.
La escalera roja es un relato breve, muy fácil de entender que maneja dos secuencias paralelas, pero contrarias. Por un lado, el pájaro asciende y, por el otro, desciende. De esta manera el niño se va acercando a los antónimos y aprendiendo nuevas palabras, a la vez que entiende una secuencia lógica, gradativa, que lo lleva desde abajo hasta arriba y nuevamente hasta abajo. A la vez, aparece el humor que aporta el conejo quien se pasma ante la necesidad de su amigo pájaro, totalmente ilógica. ¿Hay algo más absurdo para un pájaro que una escalera? En ese momento empieza el humor en el relato y su relación con el nonsense. El pájaro, sin discutir ni un momento ni extrañarse, cae en la cuenta de que puede volar y eso hace: vuela. A menudo las cosas más sencillas son las que complicamos más, como hace el pájaro y nos rodeamos de objetos simbólicos para darnos fuerza cuando, de verdad, no nos hacen la menor falta.
Por otro lado, las ilustraciones -hechas con témpera y lápiz- narran, como si de una película se tratara, todas las acciones que sigue el pájaro. Va jugando con planos generales y primeros planos, para centrar mejor el relato. Los colores vivos y potentes rezuman vida y contagian alegría y confianza.
Precisamente es la confianza en uno mismo uno de los principales aspectos que se desprenden del texto.
La escalera roja es, en suma, un libro ideal para los pre-lectores y primeros lectores. Además, si se lee en grupo, puede ser un buen punto de partida para trabajar las diferencias y las cualidades de cada uno.


lunes, noviembre 09, 2015

Después de la lluvia,
Miguel Cerro, Kalandraka, 2015.

Después de la lluvia es un relato emocionante que nos lleva de la noche al día, del desastre a la luz, de la pérdida a la cosecha. Su autor, el cordobés Miguel Cerro, opta por un texto de líneas claras y sencillas y, poco a poco, desgrana una historia de superación, a la vez que lucha contra los tópicos y las etiquetas que, a veces, se nos pegan a la espalda sin que podamos hacer nada por despegarlas.
En esta ocasión, la vida aparentemente idílica de un bosque, se ve rota por un aguacero terrible. Los animales están al borde de desastre. Logran refugiarse en una cueva, en lo alto de la montaña. Entonces, como ocurriera en el diluvio universal, deja de llover y los animales deben empezar de nuevo. Se reparten las tareas con eficacia, el oso conseguirá la comida, por ejemplo y los flamentocs, el agua. No hay ninguna tarea para el zorro que está deseoso de poder ayudar, aunque no parece que haya sitio para él: "Todos tenían una tarea. Todos menos el zorro, al que no le dejaban hacer nada".
 Cuando llega la noche, hay algo en lo que no han pensado estos animales tan autosuficientes y que el zorro les va a conseguir: la luz, en forma de luciérnagas. 
Pensemos, por un momento, en el valor simbólico del relato. La lluvia debería lavarlo todo, pero no logra arrancar los prejuicios ni siquiera en el mundo animal. De hecho, en las fábulas el zorro no tiene muy buena prensa porque siempre es el aprovechado, el astuto, del que hay que desconfiar; alguien que trabaja en beneficio propio. Los animales, como los humanos, se guían por ideas preconcebidas y no se paran a contemplar al ser que tienen delante que no es como el que ellos se imaginan. La lección de tolerancia y de solidaridad que se desprende del comportamiento de este zorrillo pequeño e inocente es admirable. Inasequible al desaliento sigue buscando su lugar en el bosque y, hasta que no lo logra, no ceja en su búsqueda.
Si el texto es hermoso, las ilustraciones que forman Después de la lluvia son, sencillamente, deslumbrantes. No en balde el libro acaba de ganar el VIII Premio Internacional Compostela de Álbum Ilustrado.
Miguel Cerro dibuja una especie de tapiz de la creación en donde viven, en paz y armonía todos los seres vivos; en este caso, animales. En la primera página se observa este festín de colores y de armonía que se respira. Después llega el contraste con la lluvia y el avance de las aguas y, al fin, de nuevo el sosiego. Juega el artista con los colores. Hay, de alguna manera, dos momentos: el día y la noche. La luz de la luna, enorme y cercana, no llega a la cueva. Es entonces cuando el contraste cromático es más evidente. Poco a poco, mientras el zorro busca la luz, van apareciendo pequeños destellos en el cielo ("Sería maravilloso llenar la cueva de estrellas", se dice el zorro), aunque es imposible capturarlas. Acompañamos al zorro en su frustración (sube a un árbol, se acerca al borde del agua...) hasta que encuentra al grupo de luciérnagas y las ayuda. Por fin, en la última imagen, los animales observan, encandilados esas diminutas luces que les hablan de la vida y del calor; por fin, el zorro ha demostrado que él también podía ayudar.
A menudo, los padres sobreprotegemos a los hijos y en esta fábula moderna que es Después de la lluvia también, si lo miramos bien, se desprende en parte esta tendencia que el zorro, pequeño y aprentemente frágil, consigue romper.
En suma, un libro trazado con los ojos del corazón que evoca un paisaje emocional lleno de luces y de colores y que muestra que los problemas tienen solución, si sabemos buscarla.
El libro va destinado a los niños desde 6 años, aunque, como decimos siempre, este criterio lo marca el propio lector.
La portada, asimismo, es una metáfora de lo que vamos a poder encontrar al abrir el álbum: un zorrillo pequeño, solo, desvalido, cercado por las aguas, aunque con la cola bien alta, puesto que no ha sido vencido. El libro, además, contiene, para que el niño lo monte, la figura del zorro, al que podrá darle vida en sus juegos.



Una festa a la selva,
Febe Sillani, BiraBiro, 2015

És important oferir bons textos i atractives il·lustracions als més petits; perquè així, i no estem descobrint cap novetat, començaran a sentir interès per la lectura i, de mica i mica, aniran creixent. L`editorial BiraBiro és molt conscient d`això i ha creat la col·lecció "Llegir és jugar" que es caracteritza per incloure, intercalats entre les pàgines de la narració, jocs i propostes creatives pels nens, atès que es vol associar la lectura amb l`aspecte lúdic. Ens sembla una molt bona idea perquè no distorsiona per a res la lectura i afavoreix que el nen o la nena vagin al seu ritme, llegint i dibuixant tot seguit; llegint o cercant diferències, llegint o unint els números per formar una imatge. A més, els protagonistes del relat són els mateixos del joc, amb la qual cosa no es tracta de crear un llibre didàctic, sense més, sinó una proposta més integral, més transversal, per dir-ho d`alguna manera.
El número dos d`aquesta col·lecció es titula Una festa a la selva i ens parla d`emocions i de mals entesos que es superen. L`Àngel és un hipopòtam a qui li agrada tot el que veu i no té mesura, invadeix l`espai dels seus amics perquè no controla ni la seva grandària ni els seus actes. La resta d`animals decideixen que l`ignoraran quan celebrin la Festa de la Primavera i així ho fan: organitzen d`amagat tos els preparatius, al marge de l`Àngel. Ara bé, ningú no sap com controlar un foc que s`escampa per tota la selva i és llavors quan l`Àngel, amb la seva corpulència, té un paper important doncs apaga el foc ràpidament. Tots els animals senten que han estat injustos amb ell, però l`hipopòtam té molt bon caràcter i els perdona. Com veiem, l`amistat és essencial en el conte i també fugir dels estereotips. D`alguna manera el conte ens explica una faula moderna on surt un lleó, el rei Jaume, i un seguit d`animals, humanitzats, com Zita la zebra, Lia la tortuga, Tina tigreta o Lluís lleopard.
Les il·lustracions, per altra banda, són plenes de llum i estimulen a llegir-ne la història; és més, formen un propi relat que el nen pot inventar tantes vegades com vulgui. A més, per altra banda, la tipografia acompanya molt en aquest procès.
En definitiva, "Llegir és jugar" aposta per potenciar l`aspecte lúdic de la lectura i acompanyar als petits lectors, amb alegria i diversió, en aquest procés d`aprendre que no ha de ser ni avorrit ni feixuc.


sábado, noviembre 07, 2015

Bolso de niebla,
M. Rosa Serdio - Julio Antonio Blasco,
Pintar-Pintar, 2015.

¿Acaso la poesía necesita una brújula para saber donde está el norte? ¿Quizá algunos piensan que un poeta vive en su torre de marfil? ¿Es posible que alguien opine que los niños no leen poesía? Bolso de niebla no solo da respuesta a estas preguntas sino que aún va más allá porque la poesía no es una reina a la que se haya de adorar o rendir pleitesía desde lejos; no, la poesía está cerca del corazón porque es sentimiento, es ternura, es la esencia de la que nos nutrimos. Y eso la autora de este hermoso poemario lo sabe mejor que nadie, no solo como poeta, sino como defensora de la poesía infantil y persona que se ha pasado la vida abriendo puertas y ventanas para que las palabras entren y salgan, libres y diáfanas como ocurre en este libro. Las palabras que nos ofrecen "su corazón/de colibrí", porque nunca están quietas y son preciosas en su vuelo eterno.
Cuando la autora sale a comprar, no solo carga su carrito de alimentos, sino que, observa, ve, capta y "Cuando vuelvo a casa, / el carrito lleno,/ regreso cantando / o soñando en verso". Insiste mucho M. Rosa Serdio en que el poeta ha de salir de su casa para lograr traer, de regreso: "dos poemas / pegados al alma".  Un poeta, ya quedó dicho, no es un ser extraño, ajeno al mundo, endiosado o trasnochado, no, porque "Ser poeta, te lo digo, / es muy sencillo de hacer".  Le gustaría a la escritora que sus versos fueran muy lejos, los sabe juguetones y valientes: "anudando vuelos, /surcando los cielos". Sabe también que, gracias a la escritura puede jugar "al juego de emocionar". La poesía, por supuesto, tiene su propio criterio y no le gustan las presiones. Prefiere los sueños y que le dejemos la puerta abierta para entrar "de puntillas". Nada hay que la poesía no puede alcanzar porque ella misma es escurridiza: "Siempre en la cuneta,/ como flor de lino azul,/ en el límite de lo previsible.../ allí... la poesía". Por otro lado, donde haya un grupo de amigos, allí estará la poesía: "Llamar a la poesía / para que nos traiga paz,/ para hablarla con amigos./ Para sembrarla y gozar". Y eso hace M. Rosa Serdio, siembra y goza de la poesía a partes iguales. La pasea por las estaciones, por el paisaje asturiano, por el mar y por el cielo, por el mundo de los sueños y por la mirada pura de un niño.
La lectura nos abre al mundo del juego, de la ilusión. La lectura y la escuela van unidas, por fortuna, y son muchos los tesoros que un niño puede llevar en su bolsillo, entre los que se encuentra escondido "un verso por la memoria".  El colegio es un tema importante para la poeta, tan importante que invoca sus propios recuerdos, como niña que fue y aún se sueña así y como docente que ha sido hasta hace poco (y que, en el fondo, sigue siendo). Gracias al colegio, a la escuela, muchos niños han aprendido a leer, han descubierto secretos entre los libros y han aprendido también a soñar: "aprendemos del color, / leemos a Federico.../ ¡Y soñamos nuestro amor!". La esperanza radica en los niños, de ahí que todos los desvelos sean pocos porque "Las manos pequeñas / donde cabe el mundo / son las que hoy nos piden / leer el futuro".
Esta bruja buena que es la escritora no solo tiene un bolso de niebla, sino de bruja y, como tal, atesora objetos variados y extraños, pero llenos de magia y de sugestión, porque no son las cosas las que importan, sino la huella que nos dejan, el tacto leve que nos marca y ese "arcoiris con estrofas" que solo una bruja especial es capaz de crear.
Bolso de niebla además, propone un viaje, en tobogán que desciende hasta lo más profundo y remueve recuerdos, risas, canciones, cadencias de ahora y de siempre para, luego, volver a subir y devolvernos, tras ese viaje a nosotros mismos, limpios y puros como los montes o las olas. Al fin, como un hada, el hada diplomada en paz y armonía, la autora, con mano diestra, cierra este viaje y nos dice:"Lego, enrollo mi voz / en ovillo de versos, / desciendo hasta la acera/ y me voy a mi casa". Sigue, por lo tanto, el tema del poeta que sale de su propio ensimismamiento y retorna, con un tesoro de versos entre las manos, tras haber vivido en contacto con lo cotidiano, lo a veces imperceptible, lo siempre nuevo y, a la vez, ya sabido.
Bolso de niebla es un poemario cíclico que nos invita a un viaje, como acabamos de decir. Está escrito en arte menor, aunque hay algún poema, espléndido, en arte mayor. Los versos que lo forman se caracterizan por un ritmo muy marcado y por la cercanía al origen de la poesía, a lo popular y oral. Son versos sonoros, muy aptos para ser recitados en voz alta y aprendidos de memoria. En cuanto a recursos, el paralelismo es uno de los más importantes, aunque también aparecen las enumeraciones, concatenaciones, metáforas y un uso del tiempo verbal en presente porque la poesía no es algo que haya pasado, sino que está suceciendo. Ahora mismo. La metáfora, sin duda, ocupa un lugar destacado, empezando por el título, enigmático y sugerente a la vez. ¿Qué puede haber en un bolso de niebla? ¿Quizá nada o... tal vez todo? Abramos el libro y lo sabremos.
Las ilustraciones de Julio Antonio Blasco son potentes y distintas porque el artista emplea elementos, en principio prosaicos y alejados de la poesía, pero que, cuando los miras y los unes a los versos de M. Rosa Serdio, entiendes que es un acierto. La poesía es, como las ilustraciones de Julio Antonio Blasco, un conjunto de materiales diversos, en donde cabe todo, porque, como él mismo dice: "Todo vale, nada se tira, la materia de transforma". Una avioneta se abre paso entre la niebla de la portada, invitando al viaje; un viaje que, sin duda, el lector va a realizar si observa con atención las ilustraciones y se deja seducir por ella. La sorpresa está servida.
El libro, por otro lado, está muy cuidado; por lo que se convierte en un objeto bello, que invita a la recreación y a la contemplación, como la propia poesía.
En resumidas cuentas, un libro para niños, jóvenes y adultos, lleno de secretos, de misterios... envueltos en la niebla de la poesía.

viernes, noviembre 06, 2015

La luna de Juan,
Carme Solé Vendrell, Kalandraka, 2015.


Carme Solé Vendrell publicó en 1982 el libro que hoy reseñamos y que Kalandraka ha tenido el acierto de incluir en su colección Libros para soñar. La luna de Juan (o La lluna d`en Joan) es un libro mágico y cautivador. La autora, que perdió a su madre cuando tenía 9 años, no ha querido nunca hurtar a los niños sus propias emociones ni los ha alejado de la verdad que pueda causar una pérdida. No nos olvidemos, por ejemplo, de otro de sus libros más emblemático, Yo las quería.
El texto de La luna de Juan es, aparentemente, sencillo y muy claro, aunque esconde una carga simbólica importante. El contraste entre lo íntimo de la historia y la inmensidad del escenario (el mar) es evidente y, pese a ello, Juan no se pierde, sabe muy bien qué debe hacer y confía en su amiga la luna.
El padre de Juan es pescador y, cuando por las noches sale a pescar, Juan se queda en compañía de la luna. Una noche, el padre sufre un accidente y pierde la salud. Es tan grave su estado que Juan se ve en la necesidad de salir a buscar esa salud en el fondo del mar. Y ese es el viaje que realiza, quizá en sueños, a un lugar que no todos creerían apropiado para los niños. Juan acaba en el submundo, en el cementerio de los marinos en donde solo hay "sombras y lamentos". El texto alcanza ahí la más alta hondura literaria que continúa con la descripción, realista, nada edulcorada, de las rocas que "son cuchillos y lanzas que el agua va afilando con paciencia a lo largo del invierno". El paisaje que Juan conoce muy bien, cuando es de día, se vuelve amenazador en la noche. Gracias a la luna y al valor que le contagia, Juan logra recuperar la salud de su padre, que defiende contra viento y marea, y al fin se la devuelve. Se cierra así un ciclo y el padre recupera el color.
La luna de Juan es, de alguna manera, el testimonio de los más pequeños ante la enfermedad. Juan cambia de rol y es el quien tiene que velar a su padre enfermo. Quizá, en esta angustiosa espera, se queda dormido y sueña el hermoso cuento que Carme Solé nos regala. Juan no es un niño valiente, pero, ante la adversidad, no tiene más remedio que parecerlo y se apoya en una imagen tan literaria como es la luna. La luna llena, oronda y feliz, como faro en las noches, como punto de referencia, como reflejo plateado en el mar, es precisamente la encargada de ayudar, de forma simbólica al pequeño.
Los niños crecen, es obvio, pero han de hacerlo acompañados de la verdad. No se les puede engañar y hacer ver que no existe el dolor ni el sufrimiento. Existen y, a menudo, los niños también lo padecen, por desgracia. Es bueno que identifiquen sus emociones, que pongan nombre a sus miedos, que aprendan a conocerlos porque solo así podrán seguir de forma real y transparente con sus vidas. Carme Solé Vendrell sabe cómo acercar esos grandes temas, a veces considerados tabú, y cómo vestirlos con elementos simbólicos y ponerlos al alcance de los más pequeños, pero propiciando la reflexión en los adultos.
Las ilustraciones, por otro lado, soberbias y también simbólicas (la casa sobre el acantilado, el árbol azotado por el viento, el oleaje, el cementerio y el ciprés), acompañan a Juan en ese viaje iniciático que lo lleva desde lo conocido hasta el más allá y le permite reconocer la fuerza del cariño y su propio espíritu de superación. La luna, brillante; el mar encrespado el padre y el niño, pelirrojos los dos; el cuadro de la madre muerta (con un ramito de lavanda de mimosas como adorno); el niño cuidando a su padre, los juguetes en el suelo... La rutina de Juan se ha quebrado y, gracias a su sueño, vuelve a reconstruirse y el puzzle de su vida no pierde ninguna pieza más.
El relato se inicia de forma sencilla, con parquedad de palabras y, poco a poco, conforme avanza la peripecia, llegan también las metáforas, las comparaciones y ese tono entre mágico y onírico, hasta que, de nuevo, al final, como el mar que vuelve a la calma, Juan y su padre recuperan su pequeño mundo, hecho de afecto y de complicidad.
La luna de Juan sigue siendo un texto muy oportuno que conmueve, emociona y también inquieta, de alguna manera, puesto que habla de algo tan importante como es la lucha entre la vida y la muerte.

domingo, noviembre 01, 2015





El árbol generoso,
Shel Silverstein,
Kalandraka, 2015.


A veces, en la vida, más a menudo de lo que quisiéramos, las vivencias son agridulces e, incluso, tristes. La evolución personal va sumando distintas peripecias y experiencias y el balance final puede estar teñido de nostalgia o de tristeza. No obstante, podemos sublimarlo y trascendernos a nosotros mismos porque, en la vida, lo importante no es la meta sino el camino que seguimos.
El árbol generoso habla de la amistad y de las etapas de la vida. Un niño y un árbol se hacen amigos y, durante la infancia, el pequeño juega con sus ramas, se alimenta de sus manzanas, trepa a su tronco y lo tiene en cuenta. El árbol es feliz. Poco a poco, el niño se va distanciando porque a su vida llegan nuevas influencias, el amor, e deseo de hacer fortuna, el anhelo de viajar... y para todas ellas el árbol, siempre generoso como dice el título, tiene una respuesta y alivia las necesidades del joven, del adulto, del anciano.
En esta entrega sin límites el árbol va perdiendo sus ramas, sus frutos, su propio tronco... pero intenta ser feliz porque se acuerda del niño y de la amistad que tuvieron. El lector, sin embargo, empieza a reflexionar y, según la edad en que se sitúe, entenderá a sus padres, a sus mayores, a él mismo en sus propias vivencias. Cuando al tronco no le queda nada más que el tocón, el niño-anciano regresa y acepta ese último gesto de amor de su amigo que se lo ha dado todo. Y quizá, en los últimos años, vuelvan a ser felices. Los dos.
A menudo se confunde tener con ser, las necesidades con lo superfluo, lo prescindible con lo urgente. Algo así le pasa al protagonista del relato, mientras que su amigo, que no se mueve del sitio, que no ha perdido nunca los valores, sigue esperándolo y brindándole lo que él tiene que es, al fin y al cabo, lo más importante: el ser.
El árbol generoso es ya un clásico de la literatura infantil, aunque, por el mensaje que transmite, no tiene edad lectora porque, en cada momento, encontraremos una parte, una frase, un gesto que nos identifique e, incluso, nos traspase. Quizás todos tenemos un árbol que nos aguarda en algún sitio y que hemos olvidado, quizá cuando queramos recuperarlo ya será demasiado tarde.
El relato tiene más de 50 años, puesto que se publicó en 1964, pero tanto su presentación como el texto son plenamente vigentes. No hay que huir de las emociones a la hora de dirigirse a los niños, al contrario porque los niños son seres básicamente emocionales que aprenden a canalizar sus sentimientos, a ordenarlos, a darles forma... Un libro como el que estamos reseñando les puede ayudar mucho a organizar las primeras bases de su personalidad. 
En cuanto a las ilustraciones, destacan por su minimalismo, por la economía de detalles y, por lo tanto, por dejar claro el mensaje que nos quiere transmitir: lo importante no es lo que vemos, sino lo que sentimos y nos ayuda a crecer.
Por otro lado, no debemos olvidar que hay otro tema subyacente que es el respeto a la naturaleza, a nuestro entorno. El árbol se ha dado a sí mismo y el niño-joven-adulto-anciano no ha dudado en aprovecharse de él hasta que ha sido irremediable.
El texto es evocador y mantiene un tono contenido y melancólico hasta el final. Se organiza en dos bloques, el primero, más rápido y festivo, que es cuando el niño juega con el árbol y el segundo, organizado en las distintas etapas de la vida, que se va desglosando y ampliando conforme el árbol dialoga con su amigo y le pregunta qué le pasa. Para paliar la soledad, este manzano noble va desgranando sus dones, como hacía en la infancia del pequeño, pero, en esta ocasión, también los pierde y. sin embargo, no le importa... o quizá sí, pero siente que debe hacerlo. E, incluso, en su última etapa, sigue siendo protector e invita al anciano, al que él aún ve como un niño, a que se siente y descanse. Y entonces vuelve a ser feliz.