lunes, febrero 25, 2013


Texto de Aaron Frisch.
Ilustraciones de Roberto Innocenti
Traducción de Carlos Heras
Kalandraka, 2012.


Desde “La Caperucita roja” de Perrault hasta “La niña de rojo”, muchas han sido las aproximaciones o versiones que se han hecho en torno a la niña vestida de rojo que ha de cruzar un bosque lleno de peligros para poder ver a su abuelita. Sin duda no podemos olvidarnos de “Caperucita en Manhattan”, de Carmen Martín Gaite quien nos recordó, con esta obra, que nunca se es demasiado mayor para “leer cuentos”.
En esta ocasión, Aaron Frisch nos ofrece una versión moderna de “Caperucita”. “La niña de rojo” es un relato agridulce que una voz de abuelita narra a un grupo de niños. El cuento nos traslada a una ciudad en un día de lluvia. Sofía debe ir a visitar a su abuela enferma, pero, para lograrlo, ha de atravesar un espacio urbano, a veces tentador, otras inhóspito, donde los peligros acechan.
El bosque es un espacio lleno de rascacielos y Sofía asiste, nerviosa, preocupada, extrañada, al espectáculo de una sociedad abocada al consumismo.
Sin duda, el texto de “La niña de rojo” no es solo un cuento infantil, sino mucho más puesto que se aprecia la crítica social y a todos los lectores adultos nos inquieta la lectura, mucho más que a los niños. Los adultos hemos perdido la inocencia que aún tiene Sofía y nos aterra vernos retratados a nosotros mismos en el relato, a la vez que intuimos que el final puede que no sea tan bueno como el del cuento original.
En “La niña de rojo”, el lobo feroz es aún peor puesto que no es lobo, pero sí feroz. Viaja en motocicleta y sabe mucho de la noche y de los peligros que la aguardan. La madre de Sofía, mientras, se consume en una dura espera. Ahora bien, el cuento puede tener dos finales, como bien se observa. Uno trágico y otro todavía mágico y esperanzador. Cada uno escogerá el que le parezca más acertado, aunque, insistimos, a los lectores adultos, “La niña de rojo” no nos dejará indiferentes.
El relato es espléndido, ya que, de forma precisa, sobria, contundente, se van desgranando las distintas etapas de ese viaje de Sofía hacia la casa de su abuela. Es como si una tela de araña se fuera tejiendo alrededor de la niña. Las ilustraciones de Roberto Innocenti, por otra parte, nos trasladan a esa ciudad inhumana, sobrecogedora, llena de cosas, abigarrada en su decadencia y en sus lujos. Carlos Heras realiza una traducción magnífica, sin duda.
“La niña de rojo” está editada en un formato espectacular y va destinada a los lectores desde 8 años. A los niños les gustará este relato porque conocen el clásico y podrán comparar. Pero, insistimos, el texto alcanzará todo su significado si es un adulto quien lo lee.

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