jueves, diciembre 20, 2012

El zoo d`un poeta, de la A a la Z
Ricard Bonmartí – Marta Biel,
Castellnou, 2012.


La poesia sempre està de moda, sempre és actual i la poesia infantil és més que necessària pels nens i nenes. Els ajuda a crear una especial sensibilitat i a apreciar valors importants, els ajuda a créixer.
El zoo d`un poeta, de la A a la Z és un abecedari poètic on els animals es passegen   amb les seves característiques i encants. Així trobem, per exemple, l`àguila o el conill, però també el flamenc, la tortuga, l`elefant, l`ovella o el quetzal... tants animals com lletres té l`abecedari. Animals domèstics i salvatges, mamífers i aus.
Els més petits, els primers lectors, de ben segur, s`ho passaran molt bé amb aquests animals a la vegada que aprendran les lletres de l`alfabet, però ho faran amb alegria, amb il·lusió, com s`han de fer les coses veritablement importants a la vida. I aprendre a llegir és una de les més importants.
Ricard Bonmartí, l`autor, dedica quatre versos a cada un dels animals i ens descobreix aquelles petites grans coses que ens passen desapercebudes, perquè un poeta en sap de descobrir petites grans coses. A més, les il·lustracions de Marta Biel ens deixen jugar encara més amb la idea de que per aprendre, és clar que no, no fa falta patir.
Tots els poemes es poden aprendre de memòria, si es vol, o es poden llegir en veu alta o cada nen pot triar-ne un i fer-ne la seva pròpia versió. El cas és que El zoo d`un poeta, de la A a la Z no és un llibre que passi de moda, perquè està ple de llum, de imatges, de vida i, sobretot, d`alegria.
El llibre forma part de la nova col·lecció “Abecedaris” de Castellnou que vol ser una eina lúdica, però molt potent, perquè els nens i les nenes aprenguin les lletres relacionant-les amb les corresponents il·lustracions.


La mejor bellota,
Almadraba, 2012.




La mejor bellota es uno de esos libros mágicos que resisten lectura tras lectura puesto que lo que narra nunca pasa de moda, es tan actual como la esencia del ser humano. Pep Bruno, el autor, escribe acerca de la importancia de los cuentos, de la fascinación que todas las culturas han sentido por la tradición oral y de la importancia de saber esperar.
El relato adquiere un aire de leyenda no solo por el texto en sí, sino por las ilustraciones de Lucie Müllerová, que evocan un bosque en otoño; un bosque misterioso y, a la vez, acogedor y cálido. Solo en ese escenario pudo darse la historia de La mejor bellota.
En ese bosque había una encina de la que colgaba, como dice el título, “la mejor bellota”. Los ratones la ansiaban, pero la bellota estaba protegida por una serpiente, un búho y una familia de cuervos. El rey de los ratones prometió un queso a quien la consiguiera y todos los ratones empezaron a pensar posibles planes. Uno tras otro fracasaron. Ni la valentía ni el ingenio pudieron hacer que la bellota cayera del árbol. Hasta que un día el ratón más viejo tuvo una idea extraña, quizás excéntrica, pero que resultó. Dijo que si todos permanecían juntos, conseguirían el propósito, pero el ratón no pretendía ir a coger la bellota, sino sentarse tranquilamente a contar cuentos. Y la fascinación por el viejo arte de narrar invadió el bosque: “Así pasaron las horas, y los días, y cuando el viejo ratón se paraba a descansar, algún otro ratón ocupaba su lugar y seguía contando viejas historias y leyendas”. Hasta que un buen día, la bellota, ya madura, cayó por su propio peso, aunque eso al rey ya no le importó demasiado.
La mejor bellota, sin didactismos explícitos, ni moralejas trasnochadas, muestra cómo la paciencia es esencial en la vida y cómo hay que saber esperar para conseguir algo. Aunque también, como hemos dicho, se centra en la magia de la palabra que siempre será más poderosa que cualquier otra arma. Tiene que serlo.
La mejor bellota, en definitiva, es un cuento idóneo para los primeros lectores o para celebrar alguna sesión de “cuenta cuentos”, ya que la historia permite una lectura en voz alta sin resentirse. Los dibujos, insistimos, aportan la calidez y la ternura al relato.
El libro está muy bien editado y es, pensamos, un regalo muy apropiado para los más pequeños de la casa, aunque, por cierto, los adultos podrán descubrir, si leen bien, despacio, sin prisas, muchos valores simbólicos que nos acercan a los orígenes de la literatura que, como ya sabemos, fueron orales.

lunes, diciembre 17, 2012

Rosario Bersabé Montes,
Silva Editorial, Tarragona, 2010.



La cruz del verbo es un poemario cargado de fuerza y de verdad. Rosario Bersabé que ya ha aprendió a domeñar el idioma en su anterior obra, De roca y yerbabuena, no quiere olvidar la forma y el respeto a la métrica, aunque sabe que, a veces, el ritmo no necesita de corsés, sino de libertad; de ahí que se permita ciertas licencias con la rima. A Rosario le gustan los versos impares, esos propios de la métrica italiana, el endecasílabo, el heptasílabo e, incluso, el pentasílabo que organiza, a veces, de una manera polimétrica. Arte mayor y arte menor se dan la mano en este poemario.
La cruz del verbo es un título de clara evocación religiosa, aunque Rosario no escribe poemas religiosos, sino laicos, aunque comprometidos con el ser humano y con la dignidad del mismo. La cruz es ese lado duro de la vida, el dolor que se sobrelleva, las ausencias, el desamor, las injusticias, la soledad…; el verbo, en cambio, es la palabra; la palabra que se derrama que llega consoladora, que sabe arrojar luz donde antes hubo tinieblas.
Un poeta es un ser especial que sabe ver más allá de las cosas. Eso hace Rosario quien, con mirada clara, se pasea por los distintos registros emocionales. De esta manera, organiza su obra en distintos apartados que se relacionan entre sí, de alguna manera, porque la voz directa de su autora así lo quiere. En “Vientos de otoño” se concentran los poemas inaugurales. Canta, para empezar, como hiciera el propio Homero, a su musa y le pide cuentas. “Oh, mi musa rebelde, / ¿por qué me eres esquiva?”. Rosario necesita tener a la musa de su lado para poder contar aquello que tiene y que, con humildad, piensa que no es innato en ella, por eso le pide a la musa: “concédeme el don de tu presencia”. La soledad, el desamor, la indiferencia, el olvido… son los temas que completan este primer apartado. Después, “Como un soplo de brisa” se encarga de ahuyentar las quimeras y esta vez ya es la oda al poeta, a ese “Cultivador de versos que de tu alma / emergen cual altivo surtidor”. La primavera, el amor, la nostalgia de la tierra y un poema deliciosamente hermoso, “El teatro de las ingenuidades” siguen derramando la brisa en el alma del lector.  Rosario recuerda una infancia y, gracias a los alejandrinos, nos la presenta amplia y pura: “Fueron días dichosos, de muñecas de trapo, / caballos de cartón con riendas inventadas”.  “Llora el poeta” es el siguiente capítulo formado por poemas personales, de tristeza, en los que la poeta reflexiona acerca de la brevedad de la vida y lo hace en carne propia. “El coraje de soñar” trata de superar este mal momento y Rosario se nos muestra osada, fuerte, con la ilusión intacta y apegada a “esa niña que llevo tan adentro… aún tiene el coraje de soñar”.
Dicen que la verdadera patria del hombre es la infancia y Rosario Bersabé lo sabe muy bien; de ahí que no olvide, en ningún momento, a esa niña que fue y que, en el fondo, sigue siendo. “Nacido en desabrigo” es un conjunto de poemas de corte social, de denuncia. No quiere ser ajena la voz poética al dolor ni al llanto de los niños. No quiere ser ajena ni indiferente.
El poemario se completa con un ramillete de espléndidos “Sonetos”, estrofa en la que Rosario es ya una auténtica maestra. Son sonetos vibrantes, que emocionan y que calan en el alma de quien los lee. “Padre que estás en los cielos” pudiera muy bien ser una oración y, de hecho lo es, la oración de una hija hacia su padre que ya no está; un padre al que añora y al que reclama, a la vez que presiente. Sin duda un soneto de una pieza. La risa de su nieta, la pequeña Niara, consigue espantar los miedos mientras que la amistad recoge los momentos más preciosos, a la vez que surgen afectos, deudas, gustos y vacilaciones. Rosario reflexiona y crea, poco a poco, su especial cosmos, su especial manera de sentir y de ver. Y por encima late ese sentimiento de pertenencia a una tierra, a la que aspira: “En tu seno vislumbro mi destino, / vergel de sueño, ¡tierra astigitana!”.
Rosario Bersabé, es cierto, no lleva muchos años escribiendo, pero sí lleva años, toda una vida, soñándose a sí misma, viendo, contemplando, atesorando momentos, inventando sensaciones, acariciando palabras; toda una vida que se derrama, verso a verso, en La cruz del verbo.
No hace falta, Rosario, que invoques a los hados… la poesía está de tu parte.

jueves, diciembre 06, 2012


Roberto Santiago y Ángela Armero,
Barcelona, Edebé, 2012.



“Alexandra y las siete pruebas”, de Roberto Santiago y Ángela Armero es un relato trepidante que arranca en el capítulo 100 y acaba en el 0. Narra una competición especial, de que sostienen los niños del colegio Armando Muñoz Vaca para conseguir probar el último videojuego del Alfonso Giménez Dom.
La historia está contada desde varios puntos de vista. Por un lado, la protagonista, Alexandra, de 11 años, quien, en contra de la voluntad de sus padres, decide participar en ese concurso y pasa una semana en compañía de sus compañeros de clase y aprendiendo mucho acerca de sí misma y de los demás. Para Alexandra la competición es algo así como una prueba iniciática, de la que sale fortalecida. No obstante, el narrador tradicional, en 3ª persona, ocupa buena parte del relato puesto que varios son los elementos externos que no puede controlar Alexandra, ya sea la preocupación de sus padres, sus desencuentros y el descubrimiento sensacional que hace el propio Dom.
La trama se desenvuelve de manera rápida, casi trepidante, al ritmo de las pruebas que los niños van tratando de superar. No hay tiempo para la reflexión, todo sucede a gran velocidad y el estilo narrativo de los autores se ajusta al tema. Las frases son breves y cortantes. No caben los análisis psicológicos, aunque, eso sí, entrevemos la evolución de algunos personajes, en especial de Alexandra y de sus compañeros Ricardo, el empollón de clase, y Bodémer, el chulito.
“Alexandra y las siete pruebas” es, por decirlo así, un videojuego literario ya que cada prueba aparece bien descrita y, lo que nos parece más difícil, perfectamente integrada en el papel de los personajes. Son escenas plásticas, sugerentes, vivaces y, por supuesto, con mucha acción.
Paralelamente a la competición, surge la vida de Dom y la de los padres de Alexandra, Julio y Aurora. Sus vidas acaban unidas para siempre puesto que, en una especie de regate literario, los autores deciden darle un cambio al relato y ceder a los deseos de Alexandra que pide otros padres. El lector tendrá que descubrir el enredo y decidir si le parece creíble o no, pero no cabe duda que le da cierta intriga al relato.
La novela está destinada a los lectores adolescentes, a partir de 11 años, aunque pensamos que el lector adulto también la puede degustar con interés, sobre todo porque bucea en un tema tan actual como son los videojuegos, sobre los cuales se pueden adoptar distintos puntos de vista. La novela no es especialmente crítica, aunque sí realista. Deja que el lector opte y extraiga sus propias consecuencias y, sobre todo, permite que la imaginación siga siendo mucho más poderosa que cualquier juego.