martes, septiembre 27, 2011

Ñam-Ñam (Nyam-Nyam),
Lola Casas. Il. Gustavo Roldán
Barcelona, Castellnou, 2011. Pícnic, 15.




Ñam-Ñam (Nyam-nyam) es un libro sencillamente delicioso. Va destinado a los niños desde 6 años de edad, pero, estamos seguros, hará las delicias de cualquier lector, ya que su autora, Lola Casas, convierte los alimentos diarios en materia literaria. Nadie puede escapar el hechizo de ver cómo el pan, las patatas, el azúcar o las salchichas protagonizan unos poemas tan vivos y llenos de alegría que hacen que algo tan cotidiano como la alimentación devenga en una fiesta para los sentidos.
Lola Casas hace lo que, superando las diferencias, hiciera Pablo Neruda con sus Odas elementales, ya que ni la ensalada ni el arroz ni siquiera las humildes palomitas escapan a la glosa que hace de ellos Lola Casas.
El poemario se organiza en torno a distintos temas que tienen como eje un grupo de alimentos:
-Alimentos de origen vegetal
-Fruta
-Chocolate
-Hortalizas y otras plantas
-Alimentos de origen animal
-Canelones y croquetas
-Lácteos y yogur
-Alimentos de origen mineral
-Epílogo con un poema sorpresa que el lector descubrirá con fruición.
Cada uno de estos apartados va introducido con una explicación, clara, acerca del origen o de alguna curiosidad de los mismos y ya aparecen los poemas, brillantes y sugestivos. La autora normalmente emplea el arte menor y juega con la metáfora, el encabalgamiento y las imágenes sensoriales porque lo que describe no solo es un alimento, sino que es el hábito social que se pone en práctica al comerlo, el entorno que lo rodea y sus principales condicionantes. Porque comer no es solo alimentarse, es mucho más, como demuestra Lola Casas.
Fiel a la dieta mediterránea, la poeta llevará a niños y grandes hacia las mesas y las cocinas para mostrarles que cualquier alimento, por humilde que parezca, tiene su importancia. Así, cualquiera se rinde…
Hay que hacer referencia, por supuesto, a las ilustraciones de Gustavo Roldán, ingeniosas y muy divertidas, puesto que dan vida los alimentos que loa Lola Casas y permite que el lector se divierta imaginando las distintas situaciones que se plantean.
En suma, Ñam-Ñam es un libro que invita a cocinar, a experimentar con los alimentos, a observar qué comemos y a ser conscientes de cómo lo hacemos. El texto trasciende lo meramente literario y, pensamos que es uno de esos textos que, en la escuela, puede servir para aunar distintas materias y permitir que los niños y niñas trabajen de forma global, mediante proyectos.

lunes, septiembre 26, 2011

Misterios, S. L.
Francesc Gisbert,
Alzira, Algar, 2010



Francesc Gisbert (Alcoy, 1976) firma este libro de misterio e intriga que obtuvo el VIII Premio de Narrativa Infantil Vicent Silvestre. Misterios S. L. se incluye en la colección Calcetín Azul, de la editorial Algar y va destinado a lectores desde 12 años. Un año más, 13, tiene la narradora del libro, Alicia, quien, por motivos laborales de sus padres, tiene que cambiar de residencia e irse a vivir al pueblo, con su abuela. La abuela vive con una hermana, la tía Sofía, una mujer de carácter desabrido y maneras antipáticas, aunque… con un secreto que la hace más que singular. Alicia descubre, asombrada y perpleja, que la tía Sofía, una aparente vieja solterona agriada, es, en el fondo, una detective sagaz. Sofía con su perro Poirot y sus grandes dotes de observación logra desentrañar los misterios más ocultos que escapan, incluso, a la policía.
Alicia decide recoger en Misterios S. L., seis de los casos más interesantes que su tía-abuela resolvió. Entre Sofía y Alicia se establece una especie de acuerdo tácito por el que ambas se entienden. Alicia colabora con Sofía y, a cambio, ésta la obsequia con clases magistrales en torno al mundo de la investigación privada. Y es que para Sofía no hay un caso más importante que otro. A ella le importa todo. Es tan curiosa que hace de su curiosidad un arte. Además tiene una baza escondida con la que juega continuamente y es su apariencia de mujer mayor, bajo la que esconde una potente mente capaz de analizar los datos más simples y escondidos.
Misterios S. L. es, por lo tanto, un conjunto de relatos escritos en 1ª persona por Alicia quien aprende a valorar a su tía y acaba aceptando que, bajo su apariencia hostil, se esconde una persona capaz de descubrir los mayores enigmas. Con Sofía vivirá grandes aventuras e, incluso, participará en la resolución de casos peligrosos, todo sin mover ni una ceja, porque Sofía solo emplea –o ni más ni menos- el método de la observación sistemática que le lleva a deducir y a resolver los casos. Además, conoce muy bien el alma humana y sus misterios.
El libro está lleno de descripciones curiosas, de alusiones a personajes dispares y de mucha gracia porque Alicia lo narra todo, con la precisión y la inocencia de sus 13 años, aunque sin olvidar una buena dosis de ironía.  Cada caso forma una unidad independiente, con un principio y un desenlace, siempre positivo.
 Pensamos que la tía Sofía y su sobrina Alicia forman un buen equipo, el cual, es posible, vuelva a trabajar de nuevo. Uno de los valores del libro, precisamente, es el desmitificar el rol de las personas mayores que, en el caso de Sofía, poco tiene que ver con su apariencia. Además, permite demostrar que la relación entre una anciana y una niña puede ser más que enriquecedora, como le ocurre a Alicia.

















domingo, septiembre 25, 2011


Ana Alcolea, Anaya, Madrid, 2009, (Espacio Abierto, 93)


            “El medallón perdido”, de Ana Alcolea, es una novela de aventuras, de lectura ágil y aciertos narrativos. La novela empieza y acaba en el mismo lugar. Por lo tanto, su estructura es cíclica. Su narrador, el joven Benjamín, se pasea por el Retiro entre las casetas de libros y observa el título de un ejemplar que, casualmente es también “El medallón perdido” y esta coincidencia le lleva a recordar unos acontecimientos que pasaron cinco años atrás y que cambiaron su vida.
            Benjamín perdió a su padre en accidente de aviación y su madre lo ha protegido demasiado, tanto que le ha hurtado la memoria de su progenitor; pero todo cambia cuando aparece en escena el tío Sebastián, el hermano de su padre, que lo lleva a Gabón, en donde tienen el negocio familiar y en donde falleció el padre. Para Benjamín el cambio cultural le supone una maduración rápida. Poco a poco va desprenderse de tópicos y va a ganar confianza en sí mismo.
            Gracias a Sebastián, Benjamín aprenderá a conocerse a sí mismo, sus posibilidades y sus limitaciones. “El medallón perdido” es una novela iniciática que nos habla del proceso de maduración de un joven y de cómo poco a poco va viendo qué es importante y qué no lo es.
            La narradora nos ofrece una historia hermosa, llena de referencias a las tradiciones africanas del Gabón, a la cultura, a la gastronomía… Quizá sea, en algún momento, demasiado idílica la historia, pero eso se solventa con creces gracias al desparpajo narrativo de Benjamín y a sus propias reflexiones. Y es que no solo descubrió sus posibilidades ese año mágico, sino que aprendió a respetar a los demás, a no creerse superior y, sobre todo, descubrió el amor con Sandrina, una joven que, sin renunciar a sus raíces, estudia en Europa y se prepara para ser mejor.
            “El medallón perdido” es una novela viva, llena de transparencia, que nos narra los acontecimientos de forma directa, tal y como lo ve Benjamín. Éste es un acierto, insistimos, porque gracias a la primera persona, la historia nos llega de manera más directa y veraz.
            Por último, cinco años después, cuando Benjamín descubre un libro que lleva por título “El medallón perdido” empieza a atar cabos y reconoce en la escritora que firma ejemplares, al amor imposible de Sebastián, porque todos guardamos secretos en la vida.
            En definitiva, Benjamín cambia gracias al continente africano y de ese cambio sale más reforzado, maduro y capaz para seguir su propia vida.
            “El medallón perdido” recibe este nombre gracias al objeto que Benjamín quiere encontrar en Gabón, un medallón de su padre, que para él simboliza el reencuentro y la permanencia.
            En suma, una novela de ésas que tiendes puentes y que hacen lectores; prueba de ello es que va ya por 12ª impresión.









Ana Alcolea,
 Madrid, Anaya, 2007, Espacio Abierto, 125.



Arturo es un joven de 15 años que vive en Zaragoza y que aspira a tener un verano normal, como los de siempre. No obstante, ha suspendido el inglés y sus padres deciden que, para que aprenda, nada mejor que sumergirlo en una familia que solo hable ese idioma. Así, envían a Arturo a Noruega, a la casa de unos amigos. Para Arturo, que ya de por sí, está viviendo una adolescencia complicada, este hecho supone un nuevo agravio. Por si fuera poco se llama Arturo y su hermana… Morgana. ¿Qué más excentricidades le depara la agudeza de sus padres?
Donde aprenden a volar las gaviotas, de Ana Alcolea, es un hermoso libro, escrito en primero persona que narra la historia de un gran amor, pero también es un viaje iniciático y un canto a la verdad de las palabras, que se enfrentan, demasiado a menudo desnudas, a la barbarie de la guerra.
Arturo vivirá en Noruega, junto con Erik, un verano distinto, que le permitirá contemplarse desde fuera y ver cuán ridículos son sus problemas comparados con los que tuvo que vivir la abuela de Erik, Elsa. La casa de Erik está situada en lo que un día fuera búnker. Así, excavando, descubren por casualidad, una caja metálica que les llevará descubrir no solo el secreto de la abuela, sino la belleza del paisaje de Noruega, de sus fiordos, de su naturaleza en estado puro.  Ana Alcolea, buena conocedora del país, se detiene en describirnos esos momentos mágicos que el lector, desconocedor de Noruega, agradece puesto que le permite vivir también en primera persona la historia de Arturo.
Donde aprenden a vivir las gaviotas hunde sus raíces en una memoria colectiva que para Elsa ya es desmemoria, puesto que está aquejada de demencia senil. Y es que los ojos de Elsa tuvieron que vivir la ocupación nazi en su tierra y fueron testigos en primera persona de la sinrazón que son las guerras. Enamorada de un oficial nazi, Elsa vivió de manera escindida ese amor, debatiéndose entre el deber y el deseo porque Elsa y toda su familia eran judíos. Muchos años después su nieto, Erik, y un amigo venido de la lejana España son quienes llegan al secreto y quienes aprenden a valorar el esfuerzo de Elsa quien, letra a letra, palabra a palabra, dejó anotada la peripecia de su vida. Son esas palabras las que le devuelven un poco lo que fue, su verdad, su memoria, su esencia porque, sin memoria, no somos nada.
Ana Alcolea escribe una novela llena de sorpresas, que divide en 29 capítulos. Arturo, como hemos dicho, es quien va desgranando ese verano especial, en el que no solo aprendió inglés, sino mucha más, ya que también se encontró con el primer amor, porque Donde aprenden a volar las gaviotas es, por supuesto, una crónica sentimental, no solo la de Elsa, sino también la de Arturo.
El título del relato contiene una clave simbólica importante porque las gaviotas reales, de las que se habla en uno de los capítulos, representan al ser humano, ya que, como comenta Brigita, la guía de Arturo y Erik por uno de los archipiélagos, noruegos, “La vida es aprender, estamos aquí para eso, como las gaviotas. Vivir es peligroso, es cierto”. Y es Elsa, con su testimonio escrito, quien permite a Arturo aprender a relativizar y a crecer.
La novela está muy bien construida y combina la aventura con el humor y el sentimiento. Una novela redonda, en una palabra.














De Ana Alcolea,
Madrid, Anaya, 2003, Espacio Abierto, 104.



El retrato de Carlota, de Ana Alcolea es una novela de misterio protagonizada por una joven, Carlota, que va a pasar unas vacaciones con su tía Ángela en Venecia. Ahora bien, la historia adquiere mayor emoción porque la tía Ángela es escritora y vive en un palacete remodelado a orillas del canal. Además, la acción se sitúa en febrero, en plenos carnavales. Ana que es una chica de ciencias, a la que imaginar se le da fatal, pero que, gracias a la magia del lugar y al misterio que planea sobre la muerte de su bisabuela, que también se llamaba Carlota, acaba viviendo una aventura emocionante y, además, encuentra el amor en un joven, Ferrando, quien acude a casa de su tía a tocar el piano.
La novela está llena de elementos recurrentes y, de alguna manera, simbólicos, como puede ser la música, la familia,  las máscaras y los disfraces y, sobre todo, la escritura. Ángela que es bastante excéntrica, se encierra a escribir su última novela en el torreón y el resultado no es otro, ni más ni menos, que El retrato de Carlota, cuyo título alude al retrato de la bisabuela que sufre, al menos, en apariencia, distintas transformaciones, aunque, al final todo puede ser explicado de forma razonable y lógica. Carlota escribe en primera persona la novela, lo cual también es un ejercicio de imaginación interesante porque es como si la propia Ángela, al escribir, hubiera cedido el protagonismo a su sobrina.
Ana Alcolea ofrece un atractivo suplementario en la novela, ya que El retrato de Carlota es, por decirlo de alguna manera, el reflejo de lo que intuíamos y no llegamos a saber en su primera novela, El medallón perdido. Si allí era un joven, Benjamín, el protagonista que vivía un viaje iniciático en Gabón, gracias a su tío Sebastián; aquí descubrimos que la escritora de la que estaba secretamente enamorado Sebastián es Ángela. Es ella quien lleva el medallón con el diente de leopardo colgando de su cuello y es ella quien elabora el jarabe de rosas que tanto gustaba a Sebastián y que causaba extrañeza en Benjamín y también en Carlota. Los dos, sin conocerse, hacen las mismas preguntas, indagan sobre la utilidad del jarabe y la respuesta es también idéntica: transmite belleza.
Ambas novelas pueden leerse por separado, por supuesto, pero es emocionante hacerlo por orden y descubrir los cabos sueltos que aparecen en ambas historias para ir atándolos. Ni Sebastián ni Ángela se han casado y ambos parecen estar unidos por una vieja historia que, de momento, se nos escapa.
Carlota, en definitiva, vive también una especie de viaje iniciático por las calles de Venecia y aprende a observar, a extraer conclusiones, a no juzgar alegremente y sobre todo a valorar los secretos y misterios de la familia. La historia de su bisabuela, la otra Carlota, sin duda merecería también una novela.
El retrato de Carlota está muy bien construido, mantiene un ritmo narrativo ágil y da muchos detalles descriptivos del entorno veneciano, que no cansan ni resultan superfluos puesto que se insertan perfectamente en el relato. Lo estructura en distintos capítulos y va consiguiendo que el suspense llegue a su ritmo más alto casi al final, cuando descubrimos los secretos del retrato de la dama.
Una novela entretenida que incluye detalles de la gastronomía veneciana –así el chocolate veneciano es protagonista de más de una escena-,  de las costumbres de la ciudad –cómo se realizan los entierros, por ejemplo- y cuida mucho los aspectos ambientales, así como los diálogos y el retrato de los personajes.








viernes, septiembre 23, 2011


                        MANUEL RIVAS: LOS PORQUÉS DE LAS PALABRAS
                                   (BREVE REPASO A SU OBRA NARRATIVA)

A continuación se ofrece un breve trabajo que nos introduce en la obra de Manuel Rivas hasta 2003.

            Manuel Rivas (La Coruña, 1957) es uno de los escritores más apreciados de la literatura española actual. Él suele escribir en gallego; pero su obra está traducida de forma impecable al castellano o por él mismo (La mano del emigrante, Las llamadas perdidas, Mujer en el baño...) o por Dolores Vilavedra (¿Qué me quieres, amor?, Ella, maldita alma y El lápiz del carpintero). De este modo, las ediciones que estamos manejando, de Alfaguara, son un buen reflejo del original gallego.
            Manuel Rivas empezó en el periodismo –faceta que no ha abandonado- y ha trabajado básicamente el reportaje: Toxos e flores (1992), Galicia, el bonsái atlántico (1994), El periodismo es un cuento (1997), Galicia, Galicia (2001) y Mujer en el baño (2003). En sus relatos se observa a menudo ese tono propio del reportaje periodístico, de frases certeras y escritura enérgica, de finales radicales y casi lapidarios. Así, el propio autor dice: “Me apasiona el contrabando de géneros, ¡otra vez la frontera!, y este encuentro es la mejor respuesta que se me ocurre a la cuestión recurrente sobre el lugar de lo real y de la “verdad” en el periodismo y la literatura” [1]
            Ha escrito –y escribe- también poesía que podemos leer en el volumen El pueblo de la noche.
            Pero, básicamente, ahora mismo, se le conoce como narrador. En literatura juvenil ha escrito Bala perdida (1996) y Todo ben. Por Un millón de vacas (1990) fue Premio de la Crítica española y junto a Los comedores de patatas (1992) podemos leerlo en el volumen El secreto de la tierra (1999). En salvaje compañía (1994) fue Premio de la Crítica gallega; ¿Qué me quieres, amor? obtuvo el Premio Nacional de Narrativa; El lápiz del carpintero (1998)es Premio de la Crítica española y Premio de la sección belga de Amnistía Internacional y se añaden a su producción Ella, maldita alma (1999), La mano del emigrante (2001) y Las llamadas perdidas (2002). Rivas en un autor valorado y repetidamente premiado. Además, su obra está traducida a varios idiomas.
            Aquí analizaremos básicamente las claves narrativas e ideológicas del relato breve en el que Manuel Rivas es un verdadero maestro. Es difícil escribir un buen cuento. Mario Benedetti, por ejemplo, opina que es más fácil escribir una novela que un cuento [2]. La obra de Manuel Rivas es cautivadora porque arraiga en su tierra, Galicia, y se inserta en la modernidad, sin olvidar las referencias históricas a nuestro pasado más cercano. Por eso nos atrae y por su estilo vigoroso, por los personajes que esboza, a brochazos muchas veces, por el aliento espiritual y conmovedor que desprenden muchas de  sus historias.
            Brevemente analizaremos algunas de sus compilaciones de relatos, su novela y Mujer en el baño, libro dedicado a artículos periodísticos. Creemos que así tendremos una buena visión, completa, de la obra de Manuel Rivas.
            ¿Qué me quieres, amor? (¿Qué me queres, amor?)  fue en 1995 Premio Torrente Ballester de Narrativa y en la edición de 1999 se le añaden otros 6 relatos del autor. Está formado, pues, por 16 cuentos entre los que sobresales “La lengua de las mariposas”, que sirvió de hilo conductor para la película del mismo nombre, por todos recordada [3] . Son cuentos breves, retazos de una colcha sentimental en los que destacan la solidaridad, la memoria higiénica de un pasado que no hay que olvidar; en los que destaca el tributo a la sabiduría de la experiencia. El cuento “La lechera de Vermeer” es uno de los más sentidos puesto que en él hay un paralelismo excepcionalmente tierno entre la lechera retratada por Vermeer y la propia madre del autor que fue también leerá.
            Ella, maldita alma (Ela, maldita alma)  está formado por 13 relatos que huyen de la superstición. Todos ellos tienen en común un mismo eje, averiguar dónde está el alma, dónde se esconde. Puede estar en cualquier sitio, en cualquier parte del cuerpo, en donde habite algo que nos llene de esperanza, que nos conmueve, que nos haga sentir melancólicos y abrumados, en donde habite el dolor... allí estará el alma. Ya sea una guitarra, un manzano, un panal de abejas, una barra de pan, un loro, una fotografía o un muñeco de ventrílocuo. Un libro lleno de esa fina ironía del autor, pero también de serenidad y memoria.
            Las llamadas perdidas (As chamadas perdidas) son 25 relatos que se centran en los olvidos, en las pérdidas y en el valor de la memoria para sobrellevar nuestra propia vida. No hay nada ilusorio, todo es humano, fatalmente humano y visceral muchas veces. Rivas no se olvida ni del humor ni de la ironía y no abandona, y eso es lo que prende en el lector, de la esperanza.
            La mano del emigrante (A man dos paíños)  es un libro curioso y diferente; es un libro compuesto de una manera muy original porque está formado por un relato de ficción, otro tejido a base de fotografías del propio autor y un tercero que es un relato periodístico. Como bien dice el autor: “La vida humana transita entre el Apego y la Pérdida” [4].
            El lápiz del carpintero (O lapis do carpinteiro) es una espléndida novela y muy conmovedora. En palabras de Günter Grass (Premio Nobel de Literatura 1999): “He aprendido más de la guerra civil española leyendo El lápiz del carpintero de Manuel Rivas, que en todos los libros de historia” [5]. En el libro, el lápiz se convierte en un símbolo, un símbolo de la resistencia. La historia de esa lápiz es la enlaza el pasado con el presente. Es una novela sobre la guerra civil, pero desde la intrahistoria, desde el lado profundo y descarnado. Una obra llena de amor, llena de desgarro. Una obra escrita desde las entrañas [6].
            Mujer en el baño (Mujer no baño)  está compuesto por distintos artículos, la mayoría de ellos publicados en “El País Semanal” en las secciones “Incendios”, “Un Serpa en Londres” y “Provocaciones”. Es un conjunto en donde vemos las afinididas de Rivas, su pensamiento, sus ideas políticas y sociales, su manera, en fin, de entender el mundo. El último artículo “El manifiesto del mar” está fechado el 21 de noviembre de 2002, tres días después del vertido del “Prestige”. Rivas define así este libro: “Éste es para mí un libro de los porqués, de las cuestiones límite, de subjetiva vanguardia, que se dirimen ocultos o visibles, en nuestro tiempo. Los porqués que a mí me inquietan y agitan, pero también aquellos que me empujan a afiliarme de manera incondicional a lo que Voltaire llamaba “el partido de la risa” [7]                
                                    La literatura de Manuel Rivas es una literatura directa, que habla de las personas, que se dirige a todos los sentidos, que revuelve nuestras entrañas. Es una literatura comprometida con la actualidad, con el momento que nos está tocando vivir. Rivas no escatima hablar de la violencia doméstica, de los políticos, de la globalización, de los ilegales.... de los emigrantes que un día fuimos y que hoy hemos olvidado. Manuel Rivas alude también al mar –nunca dice la mar, jamás- y lo hace de verdad, sin tópicos. Habla de los marinos sin romanticismo, desde la propia piel. Se pone del lado de los desvalidos, de los diferentes, de los que nada tienen. Se siente unido a los vencidos, a los oprimidos, a los niños distintos, a los que sufren. Y, por encima de todo, late la gran realidad gallega, con A Coruña de telón de fondo y el Faro de Hércules, un mundo lleno de brumas y que acaso pudiéramos llamar mágico si no fuese tan real.
            Rivas por otra parte gusta de romper fronteras y relaciona literatura con música, literatura con pintura, literatura con fotografía, literatura con arquitectura... porque le gusta observar otros niveles en su creación.
 Podemos estar o no de acuerdo con sus ideas políticas, con sus aseveraciones a veces muy tajantes, pero sí estamos de acuerdo en que los relatos de Rivas nos calan, nos remueven las conciencias y las almas.
 

Propuesta didáctica para La lengua de las mariposas


[1]  En La mano del emigrante, Alfaguara, 2001, pág. 9.
[2]  En la literatura española tenemos un buen plantel de autores que escriben relato breve de gran calidad como Antonio Pereira, Elena Santiago o José María Merino, por mencionar sólo tres nombres. Igual ocurre en la literatura hispanoamericana con Horacio Quiroga, Juan Rulfo, Juan Carlos Onetti, Gabriel García Márquez, Isabel Allende o el recientemente fallecido Augusto Monterroso, padre del relato ultrabreve.
[3]  Dirigida por José Luis Cuerda en 1998 y que, aparte, de “La lengua de las mariposas”, recoge los cuentos “Un saxo en la niebla” y “Carmiña” . La película fue Premio Goya 1999 al mejor guión adaptado.
[4]  Op. Cit. Pág. 8.
[5]  En esta línea pueden leerse las excelentes novelas: La voz dormida, de Dulce Chacón, Soldados de Salamina, de Javier Cercas y La mula, de Juan Eslava Galán, entre otros títulos.
[6]  Este mismo año, 2003, se ha llevado a la gran pantalla una versión, muy cercana al original del libro, con el mismo título.
[7]  Mujer en el baño, Alfaguara, 2003, pág. 11

jueves, septiembre 22, 2011

BEATRICE MASINI. ILUSTRACIONES ANTON GIONATA FERRARI,
MADRID, SM, 2008


            Muchas veces los niños están deseando ser mayores para poder hacer aquellas cosas que les son vedadas y tienen prisa por crecer. De todos es sabido que todos los niños del mundo acaban creciendo, menos uno, Peter Pan. Este libro, pues, trata de parar el tiempo y de permitir, a niños y mayores, ver que todo tiene sus ventajas y que ser niño no está nada mal.
            Así se desgranan 101 buenos motivos para ser feliz siendo niño. Motivos a veces sencillos, otras más elaborados; pero todos con esa gracia y esa ingenuidad fresca que sólo los niños pueden tener; lo cual es una buena habilidad de la autora, el saber meterse en el universo infantil y dar en el clavo en cosas que para algunos mayores ya no tiene importancia porque, por desgracia, se han olvidado de cómo eran de niños.
            “101 buenos motivos para ser niño” es un libro alegre y escrito de manera directa para que el lector se sienta identificado en cuanto comience a leer. Son motivos que padres e hijos pueden leer juntos y con los que pasarán un buen rato, sin duda.
            El libro es de tapas duras y resulta muy claro de leer puesto que hay un motivo por página. El ilustrador juega con el rojo y el negro para conseguir dibujos esquemáticos, pero muy directos. A veces, cuando el motivo habla de inseguridades y miedos, la página se tiñe de negro; pero al niño le es permitido tener miedo y pedir ayuda cuando la necesite. Ése el mensaje del libro: un niño es un niño y eso que parece tan evidente a veces se nos escapa y lo regañamos por cosas que entran dentro de su especial naturaleza.
            Así, entre otros motivos, es bueno ser niño para poderse manchar la camisa nueva, para pedir un abrazo de mamá, para hacerse el dormido y escuchar las conversaciones de los mayores o para meterse en la cama de mamá y papá, entre otros motivos.
            Un libro que no pasará de moda porque, ya decía el poeta, que “la patria del hombre es la infancia”.

miércoles, septiembre 21, 2011

De la cuna a la luna (colección de poesía infantil),
Antonio Rubio y Óscar Villán,
Kalandraka, 2005.


            “De la cuna a la luna” es una hermosa colección de cinco libros, en formato manejable y con tapas duras, que contienen los primeros versos destinados a los niños más pequeños, a aquellos que, incluso, ni saben leer todavía aunque las imágenes, a cargo de Óscar Villán son también pura poesía.
            Es difícil escribir poesía para niños y también es difícil editarla porque la poesía, por desgracia, no es un género mayoritario cuando debería serlo porque si cultivamos la sensibilidad desde “la cuna” quizás tendríamos ciudadanos y ciudadanas más comprometidos, más cívicos y, sobre todo, más humanos porque la poesía nos hace ser mejores, embellece lo que vemos, nos permite imaginar y abstraernos de nuestra cotidianeidad, a veces gris o mezquina. A los niños no debemos hurtarles la magia del ritmo, el calor de unas palabras acogedoras, el regazo de unos sonidos que emanan tranquilidad, calma y armonía.
            Todo eso es “De la cuna a la luna”. Los libros que la integran son “Miau”, “Luna”, “Cocodrilo”, “Cinco”, y “Pajarita de papel”. Vamos a detenernos un momento en cada uno de los títulos. En “Cinco”, Antonio Rubio nos ofrece un texto muy sencillo que trata de hacer contar al pequeño del 1 al 5, pero no de una manera memorística ni aburrida, sino con amenidad. Eso se logra gracias a los dibujos. Las realidades que se mencionan son cuatro: la luna y el sol, como elementos de los sueños del niño y el pez y el gato, como animales domésticos. Esos son el número cuatro. Pero, ¿y el cinco dónde se mete? Ahí llega el factor sorpresa propio de la poesía: “Luna, sol, pez, gato y brinco”.
“Cocodrilo” combina los colores con el texto y los dibujos. Maneja mucho la repetición anafórica y nos brinda una historia concatenada que nos lleva del cocodrilo al piojo, pasando por una granja. ¿Cómo lo logra? Hay que leer el texto y seguro que al niño no le va a extrañar nada este proceso. “Luna” va dedicado al satélite de la tierra al que se le van sumando distintos elementos, el sol, el girasol, el ruiseñor... En este caso se trabajan las agudas con motivo de la creación de una rima rotunda y sonora. “Miau” es otra composición curiosa puesto que va explicando las onomatopeyas de algunos animales y, cuando más confiados estamos, nos da la sorpresa: “Mamá mamá, dice el niño”. “Pajarita de papel” es la historia de un amor y de unos preliminares puesto que la pajarita organiza la mesa y la comida con primor ya que espera, ni más ni menos, que ¡al pajarito! ¿Algunas vez habíamos pensando que la pajarita de papel tuviera masculino? Pues parece que en los libros de “la Cuna a la luna” todo es posible.
            Son textos, insistimos, muy sencillos, limpios de adornos superfluos, concretos que nos hablan de lo esencial y que juegan con las palabras y los colores. La colección es muy recomendable para leer en voz alta a la vez que se van comentando los dibujos o, simplemente, disfrutar de la lectura y la imagen. Sin más.
            Los libros se ofrecen en un estuche que los contiene lo cual es muy acertado porque da unidad a la colección ya que el estuche está ilustrado con una mano y, por supuesto, con los números del 1 al 5, que son los ejemplares de la colección hasta la fecha. Cabe señalar que no están numerados y que empiezan de repente, con el texto y el dibujo, sin preámbulos. Abres el libro y toda la magia de la poesía está allí, intacta para que, por primera vez, el niño la goce.








martes, septiembre 20, 2011




PRESENCIAS

He murmurado.
De tarde escribo
y escucho que mis hermanos hablan en la terraza.

Mi hija agarra los papeles, los dobla, los desdobla
y sale corriendo.

La tía vieja fuma mi cigarrillo,
mira lo que yo escribo, sale y tira la puerta.

Mi hija me hala del brazo y echa a correr;
en sus manos lleva un libro de Kant.

Mi padre lee en el salón y no me molesta.

Mis hermanos se han cansado del viento de la tarde,
entran a mi cuarto, toman asiento en la cama de un primo
que enciende sol de madrugada y comienza a reír.

De tarde cuando escribo, murmuro.

            El poema “Presencias” forma parte de la sección Ejercicios para un libro de amor, dentro del libro Todos han muerto del poeta venezolano, José Barroeta, que hoy estamos homenajeando en este espacio tan hermoso.
He conocido a José Barroeta gracias a la edición de Candaya de su poesía completa, Todos han muerto y pienso que es un libro necesario que viene a llenar un hueco importante y que nos ayudará entender un poco mejor la poesía de los últimos 50 años de la que José Barroeta es un excelente representante.
            No he querido acudir a exhaustivas fuentes de información ni me he documentado de manera sistematizada a la hora de enhebrar estas palabras puesto que pretendo que mi glosa o comentario surja casi espontánea, del corazón, del sentir, aunque eso no es obstáculo para que no intente centrar al autor que hoy nos ocupa. José Barroeta nació en 1942 en Pampanito (Trujillo, Venezuela) y murió en 2006, pocos días antes de que viera la luz la publicación de sus obras completas a cargo de Candaya.
            Barroeta es autor de seis libros de poemas: Todos han muerto (1971), Cartas a la extraña (1972), Arte de Anochecer (1975), Fuerza del día (1985), Culpas de juglar (1996) y Elegías y olvidos (2006).
            Barroeta ha formado parte de diversos grupos literarios vanguardistas y ha sido un autor muy traducido y reconocido dentro y fuera de su país; aunque hacía falta un proyecto editorial que quisiera publicar toda su obra. Cabe añadir que fue profesor y dedicó parte de su quehacer literario a libros de ensayo y crítica sobre literatura española y venezolana.
            Si nos centramos en el poema “Presencias” que es el que he escogido, lo primero que nos llama la atención es su carácter esencial y minimalista. Se trata de un poema sobrio, de lo cotidiano que apenas tiene detalles ornamentales, que no contiene un solo adjetivo y en cambio sí muchos verbos. José Barroeta se centra en las acciones que él y otros miembros de su familia realizan cuando se sienta a escribir. Ahí está el hermoso contraste que se establece porque, mientras él escribe,
-sus hermanos hablan
-su hija agarra papeles, los dobla, los desdobla y sale corriendo (regresa y le tira del brazo, “hala” dice el poeta que resulta mucho más plástico y vuelve a correr)
-su tía fuma, mira lo que escribe él y sale
-su padre lee y “no molesta”
-sus hermanos regresan y entran en su cuarto y se sientan en la cama.
            Mientras, el poeta, escribe, pero no sólo escribe sino que “murmura”, esto es, está en íntima comunión consigo mismo, con sus ideas, aunque no deja de ver qué ocurre a su alrededor. Resulta curioso, como acabamos de ver, que los miembros jóvenes de su familia irrumpen con fuerza en su cuarto, su hija corriendo y halándole del brazo, sus hermanos sentándose en la cama (de un primo que enciende el sol de madrugada, en brillante imagen que podríamos calificar de surrealista). En cambio, los personajes mayores, más adultos, apenas rompen el equilibrio: su padre lee sin molestar y la tía vieja muestra algún interés por lo que él hace, pero no dice nada.
            Es una escena cotidiana, de un joven de casi 30 años que intenta llevar a cabo su creación poética en un escenario, inicialmente, poco propicio para ello puesto que todos entran y salen de su habitación. Mientras, el poeta “escribe, murmura”.
            “Presencias” está escrito en primera persona, como ya se va viendo y muestra el momento de la creación literaria de Barroeta. “He murmurado” empieza el poema, que irrumpe por así decirlo de manera rápida, como un fogonazo. A partir de este verso breve se van sucediendo versos largos, versículos, sin rima, sin aparente ritmo, que desgranan un momento en la vida del poeta, aunque bien centrado en el tiempo “de tarde”.
            El poema se va estructurando en bloques de dos, tres e, incluso, un solo verso que se vinculan por un mismo tema o por un mismo protagonista. Se inicia con el momento de la creación y ya con la presencia de los hermanos; sigue con la llegada de la hija que muestra poco respeto por lo que su padre escribe: “Mi hija agarra los papeles, los dobla, los desdobla”. Continúa con la “tía vieja” que “fuma mi cigarrillo”. Cede de nuevo protagonismo a la hija, quien, como pequeña que es, sólo piensa en jugar y en correr por la casa. Aquí el poeta añade un detalle significativo: la niña ha cogido un libro de Kant, sin saber quién es, pero que, de alguna manera, trata de resumir el sentir del poeta que quisiera un ambiente metódico como el del filósofo y que, en cambio, tiene un hogar bullicioso. Llegamos a su padre quien no parece sentirse afectado por lo que escribe el poeta, quien lo ignora. Y, por último, llega el momento cargado de vida y de imágenes fuertes del poema: sus hermanos “se han cansado del viento de la tarde” y regresan para invadir la mínima soledad del poeta. Y aun hay la referencia a un primo que no está, pero que es el propietario de la cama en la que se sientan los hermanos. Se trata, pues, de una familia llena de miembros, de una familia que es bulliciosa y que por eso contrasta con el verbo que Barroeta emplea al principio y al final de poema, como una especie de círculo que se cierra: murmurar. Él murmura, mientras todos los demás hacen ruido. Curiosa antítesis la que maneja el poeta.
            “Presencias” es, como decíamos, un poema de la cotidiano, pero que se reviste de grandeza porque su autor ha sabido dar a todos los miembros de su familia el papel perfecto que juegan en su obra; es más, ha hecho materia poética de un momento de desazón, quizás, de interrupción del trabajo.
            Podríamos, por último, insistir en la ausencia de adjetivos y en el realismo del poema que apenas contiene ninguna imagen, si salvamos, las que ya hemos comentado, ya al final del poema. Barroeta se acerca a la prosa, aunque sin ser prosaico puesto que condensa un momento íntimo y esencial en su vida. Seguro que “Presencias” es, en el fondo, un reconocimiento a su familia quienes, de alguna manera, condicionaron la poesía de Barroeta y también su sentir. Hay también un uso continuado de los determinativos posesivos, “mi o mis”, sobre todo, en clara alusión a los miembros de su familia. Y, en cuanto a sintaxis, notamos enumeraciones y bimembraciones unidas por la conjunción copulativa “y”. Por otra parte, el poema es de lectura diáfana y de gran limpieza poética. Hay sólo un verbo que alude a un sentimiento positivo que es “reír” y se lo aplica al primo ausente; todos los demás llevan a cabo sus acciones sin dejar entrever sus sentimientos, ni siquiera el poeta quien se limita a dejar testimonio, ni más ni menos, de ese momento mágico que vive cada día: “De tarde cuando escribo, murmuro”.
            A Barroeta le pesa el tiempo que pasa, le desgarran las horas y pretende agarrarse a lo único en lo que parece creer: el poema. Este sentir ya se intuye en su primer poemario, del cual hemos extraído el poema “Presencias” que acabamos de presentar en un particular comentario.

                                                                                 

Del Homenaje a José Barroeta.

Viernes, 16 de marzo  2007 a las 20 horas

Lugar: Museu d’Art Modern – C/Santa Anna 8 – Tarragona


De Alfredo Gómez Cerdá, Luis Vives, 2008, (Ala Delta, 68)



            Alfredo Gómez Cerdá obtuvo el XIX Premio Ala Delta con esta emocionante novela, “Barro de Medellín”. Novela que, además, fue Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil 2009.
 El libro va dirigido a los lectores a partir de 10 años, pero garantizamos una lectura llena de reflexiones y de intención social para el lector adulto, ya que Alfredo Gómez Cerdá denuncia, de alguna manera, la pobreza en la viven cientos de personas en barrios marginados, en este caso en Medellín, pero no sólo eso, sino que hace referencia al mal trato que sufren los niños y a lo difícil que es salir adelante en una sociedad que te vuelve la espalda. Pese a todo, los dos protagonistas, Camilo y Andrés se sienten a gusto en el lugar en el que viven y son, incluso, felices. Eso aún nos hace reflexionar más porque, a menudo, los que lo tenemos todo nos quejamos por nimiedades y, en cambio, los más desheredados son felices con un rayo de sol.
            Camilo es un niño que sufre los malos tratos de su padre, un alcohólico sin remedio, el cual se acostumbra a enviarlo a comprar aguardiente sin darle dinero, con lo que Camilo ha de aguzar su ingenio y sacar dinero de donde sea para poder volver a casa. Por otro lado, su madre es la única que trabaja y, pese a todo, sufre los continuos atropellos de su marido. Viven en una casa que se han hecho ellos con los ladrillos que robó Camilo de una obra cercana y que resultan ser los mismos con los que se construyó la Biblioteca, el edificio más señorial de todo el barrio. Por eso, su padre, para que no lo descubran, ordena que el niño embarre continuamente la fachada para que no se vea. De ahí el título de la novela, “Barro de Medellín”. Este barro, para los dos amigos, es algo curioso ya que les deja la piel final y a ellos eso de tener la piel fina como las chicas no acaba de gustarles.
            Camila decide ser ladrón y quiere que Andrés lo secunde, pero Andrés se niega una y otra vez, aunque acaba siempre del lado de su amigo, porque son mucho más que amigos. Todo cambia, cuando acuden al Parque Biblioteca y allí conocen a la Bibliotecaria, Mar. Mar es una mujer amable, compasiva que hace la vista gorda cuando le conviene y que decide ayudar a los niños. Tanto es así que le cambia un libro, que Camilo iba a sustraer, por otro y es tanta la atracción que ejerce sobre el pequeño que intuimos que le va a cambiar la vida, ya que se embebe en esa lectura. Y ése es el pequeño milagro al que asistimos, que Camilo olvide a su padre y al dichoso aguardiente y que, aun en las situaciones más adversas, tenga curiosidad por leer y saber qué le pasa al protagonista de esa novela que Mar le ha ofrecido que nada tiene que ver con él, pero que le atrae poderosamente. Alfredo Gómez Cerdá, pues, capta de una manera sutil y hermosa toda la magia que le lectura puede ofrecernos.
            “Barro de Medellín” es un relato hermoso, muy bien construido, que nos sitúa frente a una realidad distinta a la que conocemos y que, como decíamos antes, permite que reflexiones, pero sin dejar de gozar de la lectura, que, por cierto, está ilustrado por Xan López Domínguez.
            Camilo y Andrés son dos niños con un gran potencial que merecerían un mundo mejor y unas mejores condiciones de vida y que, pese a todo, miran con alegría su ciudad y se sienten orgullosos de sus progresos... aunque a ellos no les vayan a llegar nunca.













lunes, septiembre 19, 2011


21 RELATOS CONTRA EL ACOSO ESCOLAR,
Madrid, SM, 2008, Gran Angular, 276

El acoso escolar, o “bulling” como se le conoce también, no es algo de nuestro tiempo, sino que es tan antiguo como la escolarización, aunque, en nuestros días, está alcanzando una virulencia especial puesto que todos recordamos algún caso de suicidio o alguna filmación en video que luego ha sido difundida en la red. En “21 relatos contra el acoso escolar”, con idea y dirección de Fernando Marías y Silvia Pérez, se nos ofrecen distintas formas de acoso escolar, desde las más simples hasta las más sofisticadas, como iremos viendo. El libro es imprescindible para los adultos, padres y educadores, porque nos da la visión descarnada, sin tapujos de lo que es el acoso escolar y que, a veces, pasa ante nosotros sin que nos demos cuenta e, incluso, lo confundimos con desmotivación, crecimiento, cambios de humor y una serie de elementos que nada tienen que ver con la sensación que siente el chico o chica que es acosado y que sufre, en silencio casi siempre, el horror de encontrarse día tras día con sus verdugos.
En el libro, 20 escritores y un ilustrador, Carlos Jiménez, nos dan su especial visión del acoso escolar. Cada uno siguiendo su estilo y su inspiración, pero todos unidos por la misma idea: denunciar a los que se amparan en el grupo o en la fuerza o en los defectos ajenos para torturar a chicos y chicas que no tienen ningún problema, sólo el no caer bien, el ser altos, bajos, gordos, flacos, rubios o demasiado morenos. Todo sirve para el acosador que goza con la mirada de miedo que siembra en el acosado.
Los autores y autoras que han formado parte de este proyecto son Ana Alcolea, Montserrat del Amo, Elía Barceló, Lola Beccaria, Martín Casariego, Ana Isabel Conejo, Carlo Frabetti, Espido Freire,  Alfredo Gómez Cerdá, Ricardo Gómez, César Mallorquí, Andreu Martín, Gustavo Martín Garzo, Gonzalo Moure, Elena O`Callaghan i Duch, Rosa Regàs, Care Santos, Marta Ribera de la Cruz, Jordi Sierra i Fabra y Lorenzo Silva. Como vemos se trata de un grupo de escritores de primera línea, algunos ya muy conocidos en el mundo de la literatura juvenil y otros que, por primera vez se dirigen al público más joven.
Los relatos son todos realistas y cada uno hace hincapié en un aspecto del acoso escolar. En cuanto a las formas expresivas, vamos desde la tercera persona, hasta la primera persona o la segunda, como “Chico Omega”, de César Mallorquí, pasando por el diario, el narrador observador, el omnisciente e, incluso, el testigo. Son relatos que nos hablan del presente de los personajes, pero también del pasado, porque no todos los protagonistas son chicos y chicas o niños y niñas, sino que los hay adultos que han sufrido de pequeños el acoso escolar y que han salido, al fin de ello. Estos reflexionan sobre ello y nos dan un ejemplo, en algunos casos lleno de esperanza, en otros más bien vengativo. “Un poco de simetría”, de Lorenzo Silva y “Marcar un gol”, de Care Santos van en esta línea, la del adulto que luego, de alguna manera, se venga del acosador. En cambio, el relato de Sierra i Fabra, “Memoria” contiene datos biográficos y nos habla del niño que fue él y de la fuerza de voluntad que tuvo que emplear para superar todos los miedos y los traumas que los demás querían sembrar en él.
No nos engañemos y pensemos que sólo los alumnos sufren el acoso escolar, también lo sufren los profesores y hay algún relato estremecedor que nos habla de una profesora asustada y maltratada por sus alumnos, como “Figura de carbón”, de Alfredo Gómez Cerdá.. En otros casos, los profesores y el equipo directivo no acaban de entender el alcance del problema y no prestan oídos a las quejas de los padres, como sucede en “Martina”, de Ana Alcolea; a veces los padres son los propios acosadores, los que siembran esa violencia en sus hijos, quienes, pasan de víctimas en el hogar, a maltratadores en las aulas. Es posible que algunos chicos no sepan entender muy bien qué alcance tienen sus malos tratos y los apliquen para tratar de sentirse ellos bien, ya que se saben vulnerables y solo con la violencia superan sus miedos, como en “Aprende”, de Espido Freire.
Algunos de estos relatos nos hablan de cómo el acosado acaba superando sus diferencias y plantando cara a los verdugos, de manera directa o con algunas estrategias. Muchas veces estos chicos que se creen los dueños del mundo no resisten que alguien les haga ver lo que son en realidad, unos pobres muchachos. Así lo leemos en “La diferencia”, de Lola Beccaria. Otras veces, el autor pone el acento en los chicos que llegan de otros países y que no siempre encuentran el apoyo necesario e, incluso, en chicos pobres que desentonan en su grupo y sufren acoso por ese motivo, como leemos en el relato de Montserrat del Amo, “En tierra de nadie” y en el de Marta Rivera de la Cruz, “¿Conocéis a Silvia?”.
Todos los relatos, insistimos, son de gran calidad literaria y cada uno de ellos aborda un aspecto importante del acoso escolar. A veces no nos damos cuenta pero fomentamos estas conductas y los escritores, que han observado y pensado mucho, así lo denuncian. Un mote, una colleja en apariencia inocente, un empujón al entrar al aula, risas cuando sales a la pizarra, anónimos, amenazas más o menos veladas... todo ello hace la vida imposible al chico o chica que es objeto de tanta presión y que, a menudo, como es débil no sabe qué hacer y lo que empieza siendo un aparente juego de niños acaba siendo un problema de violencia y brutalidad. A veces el ensañamiento llega a límites difíciles de creer y sofisticados, como es el uso del móvil, como leemos en “Las dos caras de la moneda”, de Elena O’ Callaghan.
Los rumores, las agresiones físicas, el vacío, las difamaciones, el no prestar ayuda, las zancandillas físicas y mentales, el mirar para otro lado cuando pasa algo... todo contribuye a que el problema del acoso escolar se enrede como en una madeja y no haya manera de solucionarlo.
“21 relatos contra el acoso escolar” presenta a personajes vivos, de carne y hueso que sufren y evolucionan, a veces para mal, como “Pelo paja”, de Rosa Regàs; a veces para bien como “Sueño cumplido” de Ana Alonso. Aquí Ana Alonso da con una de las claves del problema, el propio miedo de la víctima hasta que se da cuenta y dice basta porque “A lo único que le tengo miedo en este momento –murmuró- es a mi propio miedo”.
El libro pretende, ni más ni menos, que luchar contra el acoso escolar y de nuestra reflexión y nuestra capacidad para entender los mensajes, depende que se solucione o, al menos, se ponga en evidencia. Como dice Fernando Marías en el breve prólogo: “Ventiún autores se enfrentan sin miedo, y de forma a veces muy poco complaciente, a las múltiples caras de este gravísimo problema que constituye hoy y ahora, en este mismo instante, una terrible forma de tortura para muchos escolares de nuestro país”.
No es, pues, un libro que toque temas de evasión, sino que su contenido es duro y honesto. Un libro importante en el panorama actual que deberían leer tanto los padres como los profesores y, por supuesto, los alumnos, ya que, descubrirían, tal vez con sorpresa, que ese mote que ellos han puesto, inofensivo, está causando un daño increíble. Y es que el acoso escolar tiene muchas caras, pero ninguna amable.