lunes, abril 18, 2011





Acaso no exista otro sentimiento tan universal como el amor. El amor es una fuerza que acaba con la individualidad de dos personas, de los enamorados, y los transforma. A partir de ese momento ya no existen el tú y el yo por separado, sino el nosotros, la pareja. Ya nada en las vidas de los dos va a ser igual cuando se inicia el proceso amoroso que siempre tiene principio, pero que, afortunadamente, puede no tener fin.
La literatura, desde sus orígenes, recoge las emociones y experiencias en torno al nacimiento del amor, a la pasión, a su consolidación y a todo el entramado de emociones y sensaciones que lo envuelve.
A menudo hay que superar muchas barreras antes de estar juntos, ya sean de índole social, familiar, económica o de cualquier otro tipo. Sólo la presencia del amado llena de felicidad al enamorado y su ausencia provoca angustia y desesperación.
La literatura y la mitología está llena de parejas célebres que hicieron bandera de su amor y que no siempre pudieron ser felices: Venus y Adonis, Teseo y Ariadna, Perseo y Andrómeda, Jasón y Medea, Orfeo y Eurídice, Eco y Narciso, Psique y Cupido, Píramo y Tisbe, Tristán e Iseo, Calixto y Melibea, Romeo y Julieta, Abindárraez y Jarifa y un largo etcétera, entre los que, cómo no, hay que mencionar a Don Juan y a Doña Inés y a la pareja protagonista de Los amantes de Teruel.
De ninguna manera esta aproximación es rigurosa ni exhaustiva, más bien es un homenaje al amor a través de las palabras de distintos escritores. El género amoroso por excelencia, al que nos referimos aquí exclusivamente, es el lírico. La poesía lírica está llena de ejemplos que merecerían ser comentados, aunque sólo escogeremos algunos, y siempre siguiendo un criterio puramente personal y subjetivo.
Las jarchas son el primer testimonio de la lírica amorosa occidental. En ellas una mujer se lamenta de la ausencia del amado y toma como confidentes a la madre o a las amigas. Son textos breves de una belleza emocionante:
“Dime, ¿podrá conseguir lo que anhela
quien adolece de males sin tregua?
¡Ay, corazón que el amor atormenta!”

Los romances son otra fuente amorosa como el “Romance del prisionero” en que este hombre, privado de libertad, añora el amor:
“cuando los enamorados
van a servir al amor;
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión...”

En el S. XV el amor cortesano domina las distintas composiciones y el enamorado se muestra como un servidor de la dama de la que espera recibir un galardón. De alguna manera Gracilaso de la Vega hereda, en el Renacimiento, este tópico aunque le da una altura nunca alcanzada. Su objeto amoroso es platónico y se llama Isabel de Freyre:
“Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero;

cuando tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir y por vos muero”.

Ya en el Barroco, Lope de Vega, el gran enamorado de la vida, cantó como nadie la desazón que produce el estar enamorado en un soneto magnífico que vale la pena que reproduzcamos íntegro:
“Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo
leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño:
esto es amor; quien lo probó lo sabe”.

Góngora, pese a ser sacerdote o precisamente por eso, también supo hablarnos del amor y en célebre romance se centra en el lamento de una mujer que ve como su amante parte a la guerra y que se siente incapaz de vivir sin él:
“Váyanse las noches,
pues ido se han
los ojos que hacían
los míos velar;
váyanse no vean
tanta soledad,
después que en mi lecho
sobra la mitad:
dejadme llorar
orillas del mar”.

Francisco de Quevedo, el poeta bronco y satírico, nos dejo, quizá, el más hermoso soneto de amor, dedicado al amor “post mortem” que es el amor que vence todas las barreras, incluso la propia muerte. Se trata del célebre “Amor constante más allá de la muerte” del que transcribimos los versos finales:
“su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, más tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado”.

Poco se habló del amor en el S. XVIII. Los ilustrados se centraron en aspectos más prácticos, aunque no faltan un Meléndez Valdés o un Cadalso que bien hablan de este sentimiento. De todas maneras, en el Romanticismo es cuando irrumpe con total fuerza, en términos de todo o nada. El amor, para los románticos, es un motivo de dicha pero también de duelos y quebrantos, de desazón y de quimeras. El padre Juan Arolas así lo reconoce:
“El amor que es espíritu de fuego,
que de callada noche se aconseja
y se nutre con lágrimas y ruego,
en tus purpúreos labios se escondió:
él te guarde el placer y a mí la queja”.

José de Espronceda en “El Canto a Teresa” recrea el desengaño que supone un amor perdido a causa de la muerte de la enamorada:
“Los años, ¡ay! de la ilusión pasaron;
las dulces esperanzas que trajeron,
con sus blancos ensueños se llevaron,
y el porvenir de oscuridad vistieron;
las rosas del amor se marchitaron,
las flores en abrojos convirtieron,
y de afán tanto y tan soñada gloria
sólo quedó una tumba, una memoria”.

Todos los románticos y postrománticos hablaron del amor, Carolina Coronado, Gertrudis Gómez de Avellaneda, el duque de Rivas, José Zorrilla, Rosalía de Castro...,
Pero, sin duda, es Bécquer quien más honda huella ha dejado en los lectores:
“Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón, de su profundo sueño
tal vez despertará”.

Rubén Darío, ya en el Modernismo, fue un gran amador y sufrió mil y un desengaños como queda patente en sus versos:
“En vano busqué a la princesa
que estaba triste de esperar.
La vida es dura. Amarga y pesa.
¡Ya no hay princesa que cantar!”

Antonio Machado reconoce haber sentido la punzada del amor en su “Retrato”:
“mas recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario”.

Pero también, el poeta sevillano, pudo haber sentido la vulnerabilidad del sentimiento amoroso cuando escribe:
“Todo amor es fantasía;
él inventa el año, el día,
la hora y su melodía;
inventa el amante y, más,
la amada. No prueba nada,
contra el amor, que la amada
no haya existido jamás”.

En el Grupo del 27 Pedro Salinas destaca como poeta del amor, un amor intelectual que se realiza en la dialéctica de la pareja enamorada:
“¿Serás, amor,
un largo adiós que no se acaba?
Vivir, desde el principio, es separarse.
En el primer encuentro
con la luz, con los labios,
el corazón percibe la congoja
de tener que estar ciego y sólo un día”

También Lorca nos habló del amor en sus “Sonetos del amor oscuro”, pero un amor silenciado, escondido, muy bien guardado. Más vehemente y enérgico se muestra Miguel Hernández cuando se lamenta en estos versos:
“Como el toro lo encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado,
como el toro a tu amor se lo disputo”.

Ángel González, ya en nuestros días, trata de hacer un “Inventario de lugares propicios al amor” aunque apenas lo logra porque:
“Son pocos.
La primavera está muy desprestigiada, pero
Es mejor el verano”.

Mucho más positivo es el siguiente poema de Alfonso Costafreda titulado “Compañera de hoy”:
“Compañera de hoy, no quiero
otra verdad que la tuya, vivir
donde crezcan tus ojos,
dando tu luz, tu cauce
a lo que veo y siento...
Deshacer ese ovillo oscuro del temor,
encontrar lo perdido,
quebrar la voz del sueño...
Y lenta, lentamente
aprender a vivir,
de nuevo, de nuevo,
como en una mañana
cargada de riqueza”.

Pablo Neruda, con la vitalidad de su juventud, plasma en sus Veinte poemas de amor y una canción desesperada la melancolía, la soledad, la ausencia y también la energía que da la persona amada:
“Para mi corazón basta tu pecho,
para tu libertad bastan mis alas.
Desde mi boca llegará hasta el cielo
Lo que estaba dormido sobre tu alma”.

Mercedes Saori escribe un problema que sintetiza muy bien la relación amorosa, la pareja, los dos que son los que tienen todo el poder del mundo en las manos cuando están juntos. El poema se titula “Dos seres”:
“Este que pasa oscuro y silencioso
con trabajo y fatiga
a hombros, el hombre es, pero ¿os dais cuenta
de que tiene la llave de la vida?

Este que pasa como luz sin brillo,
como plata cubierta de ceniza
y dolor, la mujer es, pero ¿os dais cuenta
de que tiene la llave de la vida?

Sólo dos seres hay aún más hermosos
que el sol, que el mar, que la montaña erguida:
son la mujer y el hombre porque tienen
la llave de la vida.

(Oh, más hermosos, sí, pero más tristes
porque saben que tienen
la llave de la vida)”


Muchos otros poemas podríamos haber escogido y son muchos los autores y autoras que no hemos mencionado y que tienen un lugar propio en la lírica, aunque se trata de un camino abierto que nos lleva al corazón del ser humano y que bien podemos investigar cada uno de nosotros.
Se podría escribir hasta el infinito del amor, pero sirvan este puñado de versos, de palabras hermosas, como muestra de la fuerza de este sentimiento que se instala sin permiso en nuestras almas y corazones –por mucho que queramos vedarle la entrada- y hace su trabajo paso a paso hasta conseguir que nada tenga sentido sin el otro, sin la pareja, sin el amado o la amada.
Cerramos esta mínima aproximación a la poesía lírica amorosa con un poema espléndido de Luis Cernuda, el poema que se titula “Te quiero” que son las dos palabras más hermosas en boca de los enamorados:

“Te quiero.
Te lo he dicho con el vieno,
Jugueteando como animalillo en la arena
O iracundo como órgano tempestuoso;
Te lo he dicho con el sol,
Que dora desnudos cuerpos juveniles
Y sonríe en todas las cosas inocentes;
Te lo he dicho con las nubes,
Frentes melancólicas que sostienen el cielo,
Tristezas fugitivas;
Te lo he dicho con las plantas,
Leves criaturas transparentes
Que se cubren de rubor repentino;
Te lo he dicho con el agua,
Vida luminosa que vela un fondo de sombra;
Te lo he dicho con el miedo,
Te lo he dicho con la alegría,
Con el hastío, con las terribles palabras.
Pero así no me basta:
Más allá de la vida,
Quiero decírtelo con la muerte;
Más allá del amor,
Quiero decírtelo con el olvido”.


(18-3-04)

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