martes, diciembre 20, 2011

Letra a Letra,
Àngels Navarro. Eva Sans,
Combel, Barcelona, 2011.


Letra a Letra, de Àngels Navarro, es un libro lúdico e ingenioso que muestra a los niños, desde 7 años, el mundo de las letras. Ahora bien, esto que podría parece muy sencillo, se convierte en todo un reto para los pequeños quienes, a través de los más diversos juegos y propuestas, llegarán a la conclusión de que una letra no es solo eso; sino mucho más, porque una letra sirve para jugar, para interpretar el mundo, para soñar, para aprender, para pensar, para pasarlo bien y, sobre todo, para comunicarse.
A través de 27 propuestas, que barajan distintos retos, desde acertijos, hasta juegos matemáticos pasando por sopas de letras muy especiales, adivinanzas, trampantojos y demás actividades, Àngels Navarro comparte con el lector su fabulosa capacidad creativa y su especial manera de entender cada una de las letras, desde una C más que apetitosa, hasta una V presumida o una L escondida.
Letra a Letra es un libro que aguijonea el entendimiento y abre nuevas perspectivas a la imaginación. Lo nuevo, lo distinto y lo inesperado son elementos básicos. El lector no es un mero espectador, sino que forma parte activa de la historia y se le pide, en segunda persona, que adivine, que levante solapas o que trace caminos.
Las ilustraciones de Eva Sans, por su parte, captan estupendamente la idea de la autora y juegan al despiste, al camuflaje o al escondite con cada una de las letras de nuestro abecedario.
El libro incluye unas hojas, en una solapa, con las soluciones, aunque, seguro, que, grandes y pequeños, se implicarán en cada una de las actividades porque, como hemos dicho, conjugan ingenio con arte.
Letra a Letra, además, se presenta en formato álbum, con tapas y hojas duras y está concebido como un libro de muchas lecturas o muchas visiones. Aunque va destinado a los niños y niñas desde 7 años, es un libro hermoso, visualmente atractivo, formalmente interesante, que provocará la curiosidad de todos los lectores, porque… ¿quién es capaz de resistirse a resolver las incógnitas?

Laura Gallego,
Madrid, SM, 2011.


Viana, la heredera del duque de Rocagrís, estaba destinada a ser feliz y a vivir un cuento de hadas. Nada hacía presagiar que su mundo y su vida iban a cambiar. La joven Viviana había sido educada con esmero y estaba prometida a Robian, el amor de su vida. Soñaba con esa boda y se sentía la mujer más dichosa cuando llegó, como todos los años, a celebrar el aniversario de la coronación del rey de Nortia, la víspera del solsticio de invierno. Ahora bien, esa vida muelle y tranquila, sin preocupaciones, se resquebraja con la invasión de los bárbaros que sacuden los cimientos de Nortia y hacen que ya nada sea igual. Viviana pierde a su padre en la batalla y asiste, estupefacta, a la humillación de Robian, que no se rebela ante la situación y acepta a los nuevos jefes bárbaros. Vivian es dada en matrimonio a uno de esos jefes, como sucede con todas las mujeres de Nortia, doncellas o no. Las penalizaciones y los quebrantos pasan a ser el nuevo panorama vital de la joven. Viana, no obstante, sale adelante y se convierte en toda una leyenda, al dar muerte a su propio marido y huir al bosque, en donde conocerá a otro ser legendario, el caballero Lobo, quien la cuida, la protege y le enseña a sobrevivir y, lo que es más importante, a cambiar su sistema de valores. Viana forma parte de la resistencia y, como rebelde, tiene un papel importante que jugar que no se corresponde en nada al que le habían asignado al nacer. Gracias a su espíritu indomable se interna en el bosque, buscando respuestas, y allí conoce a Uri, un joven extraño, que va a formar parte de su vida de una manera perenne.
Donde los árboles cantan, de la escritora Laura Gallego, es un libro que combina el aliento épico con el romanticismo de la historia, porque, al lado de las escenas bélicas, aparecen momentos reposados, de una ternura increíble.
Destacan algunos personajes, excelentemente trazados por la autora. Viana es el más importante con su evolución, de una joven melindrosa a una chica fuerte, justa y capaz, con ese punto de intrepidez que nunca la abandona. El caballero Lobo, un noble renegado, es otro punto importante en la narración. Un hombre fuerte, de sólidos principios, con un código del honor y de la lealtad muy estrictos. Uri, el extraño muchacho del que se enamora Viviana y que sufre un proceso que el lector tendrá que averiguar, con el alma en vilo y el aliento entrecortado, porque Uri no es lo que parece, sino un ser especial, mágico.
En torno al bosque que señala la frontera de Nortia hay muchas leyendas y los juglares las entonan, tanto es así que Viana siente una curiosidad por conocer qué hay de verdad en ese bosque, que ocultan sus árboles y realiza dos visitas. En la primera conoce a Uri, a quien va a proteger a partir de entonces. Y, en la segunda, descubre el secreto de los árboles que cantan y de su savia vivificante. Viana, al final, se convertirá ella misma en objeto de leyenda que el viejo juglar Oki, muy importante en el relato, sabrá contar mejor que nadie.
Dos mundos se enfrentan en Nortia, el de los nobles y el de los bárbaros, el de la justicia y el de la intolerancia, el de la cultura y el de los bajos instintos. Viana asiste a esta lucha y toma partido a favor de los oprimidos y de los que sufren. Eso le pasa factura y pierde a su padre, a su mejor amiga, pierde todo lo que quiere, pero conserva la dignidad intacta.
Hay varios símbolos en el libro, como las joyas de la madre de Viana que ésta conserva en su castillo y quiere recuperar, le cueste lo que le cueste; o las enseñanzas de Lobo en torno a cómo perdió su oreja (un tema recurrente que nunca explica igual), o la magia de los árboles que son capaces de dar la vida a quien los tala.
Donde los árboles cantan, es una amplia novela, escrita en tercera persona y que sigue el esquema de los cuentos tradicionales, por eso se lee con esa creciente emoción, porque sabe insuflar en sus personajes y en la trama que plantea ese aliento épico del que hablábamos hace un momento. Ambientada en la Edad Media, recrea un mundo en donde los ideales del honor y el valor eran muy importantes.
Es un libro completo, redondo, un texto bien trabajo, sin resquicios. Una obra que, sin duda, consolida a Laura Gallego como una autora imprescindible en nuestra literatura actual. Y conste que no hablo de literatura juvenil, sino de LITERATURA.

viernes, diciembre 16, 2011



Los buenos amigos Jaume Calatayud y Vicente Monera nos felicitan la Navidad de esta manera tan hermosa que he querido compartir en el blog. Gracias por la belleza de la música y los textos.

Esther García. Ilustraciones Tina García
Oviedo, Pintar Pintar, 2010.


Deva y el pollito es un cuento tierno y luminoso que Esther García escribe en forma de poema. Va destinado a los más pequeños y trata de recordarles lo importante que es estar al lado de aquellos que nos quieren y nos cuidan.
La pequeña Deva nació un día de primavera, como el pollito Manolito y sus hermanos. Por eso, tal vez son amigos, porque comparten un mismo espacio y porque, además, los dos viven la infancia y aprenden, poco a poco. Manolito le lleva algo de ventaja a la niña y se permite darle algún consejo. Le cuenta que, por no hacer caso a su madre, un día se perdió y lo pasó tan y tan mal que nunca volverá a hacerlo. La moraleja está clara:
“Deva, amiga, ya lo sabes:
Obedece, no te escapes,
Y nada te ha de pasar.
Estate siempre pendiente
De seguir a tus papás”.
Ahora bien, en ese espacio de tiempo en el que Manolito está perdido, tiene ocasión se averiguar quiénes son sus amigos y quiénes quieren hacerle daño. El pavo real y, sobre todo, el faisán, lo ayudan en esa peripecia que supone la vuelta a casa. De ahí que el libro sea también un canto a la amistad.
Esther García escribe de una manera muy directa y cercana al mundo infantil. De ahí que sean frecuentes las onomatopeyas, las repeticiones, los paralelismos y los juegos de palabras. Imprime, además, un ritmo muy musical a sus versos e intercala, sin llegar a ser excesivo, algún diminutivo. La rima aguda, sonora y rotunda, pegadiza y muy marcada, domina en todo el texto.
Las ilustraciones de Tina García acentúan el elemento tierno y colorista del texto, ya que no solo dibuja al pollito, sino a todos los animales que tienen que ver con él. Destaca, por ejemplo, por su plasticidad el dibujo del pavo real, lleno de colorido. Tina García logra destacar la pequeñez del pollito en esos momentos en que anduvo perdido. La última ilustración, que presenta a todos los animales unidos, es también esencial por la riqueza de matices que imprime a todas las aves allí plasmadas.
Deva y el pollito, sin duda, ha de gustar a los primeros lectores y aun a aquellos que no saben todavía leer porque los cuentos de animales suelen interesar mucho a los niños y niñas de las primeras edades. Y en esta ocasión se favorece una identificación entre Deva y el pollito porque, ambos, son de la misma edad.
El texto, pese a su carga didáctica, huye de moralinas trasnochadas y adopta un tono cercano y de camaradería entre el pollito, que es el que aconseja, y la niña, que es quien aprende de los errores de su amigo.

jueves, diciembre 15, 2011

La Luna tiene una Liebre,
Francisco Álvarez Velasco. Ilustraciones Fernando García-Vela,
Oviedo, Pintar-Pintar, 2009.



En la mitología china, la luna es la morada de la Liebre Lunar y Francisco Álvarez Velasco lo sabe bien, aunque también sabe otros muchos secretos que, en voz baja, en tono de nada, nos cuenta en La Luna tiene una Liebre.
Este precioso libro nos devuelve a la infancia, cuando el sueño era más importante que la realidad, cuando la imaginación llenaba nuestras almas:
“Luna, niñas y liebre
Olvidarán sus sueños
Cuando despierten”.
La magia del sueño es tal, que, a menudo, en la vigilia, no se recuerdan esos sueños, aunque, mientras se dormía, eran tan intensos y reales como la propia vida. Y eso también lo sabe bien Francisco Álvarez quien relata el sueño de la liebre, pero también el sueño de la luna en una especie de cadencia cósmica que nos envuelve desde el principio de los tiempos:
“Duérmete, Luna,
Porque la liebre
Ha cerrado los ojos
Harta de nieve”.
No es lo mismo el mundo lunar, que el mundo terrenal; así un cazador quiere disparar a la liebre, aunque no le alcanza porque no es posible romper los sueños. Y la liebre, al llegar la mañana, despierta de ese sueño de cazadores y nubes, de quimeras y nieves, de leñadores y niñas buenas, de chopos y brisas frescas:
Todo en el libro es resurgir, renacer, pasar del sueño a la vigilia y de la vigilia al sueño e, incluso, confundirlas, porque quién nos dice que el sueño de la liebre no fuera, en verdad, el sueño de algún niño y así sucesivamente.
La imagen que ilustra la portada, de Fernando García-Vela ya nos conduce a ese mundo onírico, propio de la luna, en que las cosas pueden o no ser ciertas, en que la imaginación corre desbocada hacia nuestro satélite porque, desde siempre, la luna, con sus misterios, ha atraído poderosamente al ser humano.
Por otro lado, gracias a la técnica que emplea Fernando García-Vela, con tinta, las manchas de colores se acercan mucho más a los sueños, porque no están bien perfiladas, porque evocan y sugieren, porque callan más que dicen, porque presentan un mundo donde es posible ser niño y soñar. Sin más.
El poeta, por su parte, también tiene un secreto muy especial. Su nieta se llama Luna y, en el libro, le brinda esa especial canción de cuna en donde su nombre vuelve a sus orígenes y esconde todas las leyendas que se han tejido en torno a la luna.
La Luna tiene una Liebre es, por supuesto, un libro para soñar, para volver a los orígenes de la humanidad, en que el poder de la voz convocaba a las gentes y las hacía vivir una doble vida, la suya, rutinaria, y la de otros personajes, tan fascinantes como la liebre. Tierra y Luna. Lo práctico y lo ideal. Las dos caras del ser humano:
“Y allá en la Luna
Oye los golpes secos,
Dale que dale
Al árbol viejo.

Y aquí en la Tierra
¡ay! cómo canta
Junto a la fuente
 la alondra al alba”.
El poemario, por otro lado, encierra una gran belleza gracias a las imágenes telúricas y oníricas, gracias a los paralelismos y al ritmo, tenue pero constante. Sin duda, las imágenes que lo ilustran, en esta ocasión, no complementan el texto, sino que se funden con él. Una verdadera joya literaria. Para todas las edades… porque los sueños, por fortuna, aún son libres.

miércoles, diciembre 14, 2011

Menú de versos,
Esther García. Ilustraciones Borja Sauras,
Oviedo, Pintar Pintar, 2009.



A veces los niños y niñas que se quedan a comer en el colegio no disfrutan con la comida, no les gusta y están deseando que llegue la noche para que su madre les prepare algún plato especial. Pues bien, hay una prueba para que los niños y niñas piensen que su comedor escolar es único y especial siempre y cuando aprendan a mirarlo con otros ojos y a observar muy atentamente qué hay en él. Menú de versos les ofrece unos menús suculentos y especiales que nadie podrá rechazar:
“El menú es muy variado,
Verde, rojo, anaranjado…
Cada grupo, cada mesa,
Tiene hoy menú de fiesta.
Y…”
Esther García, la autora del libro, nos habla de un comedor escolar como otro cualquiera, un comedor con mesas y sillas, con niños y niñas, con profesores y monitores, pero… con algo muy especial y es que ofrece menús especiales según las características que se tengan, para los golosos, para los holgazanes, para los estudiosos, para los inteligentes, para los alegres, para los despistados e, incluso, los envidiosos. Todos tienen su plato propio, y, sobre todo, los tragones. Esos comen:
“Patatas, arroz, garbanzos
Erizos hervidos con flores
Peras, piescos y melones”.
El comedor de Menú de versos, es sin duda,
“¡Un comedor divertido!
¡Cada día, nuevos guisos!”.
Esther García escribe, básicamente,  en octosílabos un poema asonantado en donde son importantes los colores y los sabores, en donde se da especial relevancia a la descripción y a la sensación. Los versos del poema son alegres y festivos, aluden a algo cotidiano con gracia y alegría para demostrar que, en el día a día, hay momentos llenos de luz, si se sabe buscarlos. Las ilustraciones de Borja Sauras son, entre realistas y mágicas, ya que, si bien dibujan un comedor real, con personajes reales; los alimentos parecen cobrar vida y se transforman de manera divertida y caprichosa. Sin duda, las ilustraciones harán las delicias de los primeros lectores.
La alimentación en la infancia es un aspecto de principal importancia al que la literatura infantil alude a menudo, aunque no con el protagonismo que le da aquí Esther García, quien, de una manera brillante e ingeniosa, convierte el acto cotidiano de comer en un maravilloso acontecimiento.
Y… aún hay más, porque, tras la comida:
“Después, para merendar,
Cuando se acaben las clases,
Un buen bollo de chorizo,
Dulces de nuez y rosquillos”.
¿Alguien da más? Menú de versos, en suma, hace que la poesía esté muy cercana, que tutee a los niños para que no le tengan miedo y se atrevan a recitarla, en casa o en el cole y, sobre todo, a disfrutarla.

Tiempo para más cuentos,
Concha de la Hoz Fernández. Ilustraciones Pieruz,
Pintar Pintar, Oviedo, 2010.



Tiempo para más cuentos corrobora que la literatura infantil puede tratar todos los temas, por difíciles que sean. Solo hay que saber transmitir el mensaje con las palabras adecuadas como hace Concha de la Hoz Hernández.
Valentina y Manuela son dos niñas pequeñas que se sienten felices con sus padres. En especial adoran a su madre, quien les cuenta cuentos por las noches y las hace sentir seguras con sus palabras. La madre de las pequeñas tiene un hermoso pelo, que es la envidia de todas sus amigas y el amor de su marido. No obstante, un día todo cambia y las niñas han de pasar temporada en casa de sus tíos porque la madre está enferma. Cuando todo pasa, descubren que su madre ha perdido el pelo y que no parece la misma. No obstante, su olor es igual, sus gestos también y, sobre todo, sus palabras, porque la madre de Valentina y Manuela, con o sin pelo, sigue siendo la misma.
Tiempo para más cuentos es una historia conmovedora que se enfrenta, de manera valiente, al tema del cáncer. La madre de Valentina y Manuela ha sufrido un cáncer y eso significa un punto y aparte en sus vidas, porque, a partir de entonces, ni el padre ni la madre irán tan deprisa, ni se sentirán tan agobiados porque la enfermedad les ha hecho poner las cosas en su sitio y entender la importancia de los pequeños gestos.
Tiempo para más cuentos está narrado en tercera persona de una manera directa, fresca, al alcance de los primeros lectores, aunque sin concesiones porque no hurta la tristeza a las niñas ni escatima los momentos difíciles que han de vivir. Es un texto en el que las sensaciones son importantes, en el que el contacto piel con piel es básico, en donde la esperanza y la ilusión, pese a todo, son los puntales básicos para seguir viviendo.
El libro ha de gustar mucho, por su tono, por su especial cadencia narrativa, por su mensaje y por el mimo que pone en los pequeños detalles. Sin duda, también interesará por las ilustraciones de Pieruz, impactantes y directas que se funden con el texto y ofrecen los momentos cotidianos, con sus luces y sus sombras, de esta familia que bien pudiera ser la nuestra o la de alguien conocido o cercano, porque, por desgracia, el tema que aborda es muy cercano, aunque no siempre se sabe cómo tratar en literatura infantil. Ya decíamos al principio, y ahora parafraseamos a Juan Ramón Jiménez, que los niños pueden leer “de todo”, con las debidas excepciones. Y la enfermedad, por supuesto, no es ninguna excepción, sino algo tan real como la vida.


martes, diciembre 13, 2011


Esther Tusquets. Ilustraciones María Hergueta,
Kalandraka, 2011.




La conejita Marcela es un texto del 1979, escrito por Esther Tusquets, que ha sido recuperado por Kalandraka y editado primorosamente en su colección “Libros para soñar”.
En principio es un relato que va destinado a los primeros lectores, aunque, si profundizamos en su lectura, nos daremos cuenta de que el mensaje que contiene nos importa a todos. O debería importar al menos. De alguna manera La conejita Marcela es una fábula moderna que se alza en contra de las injusticias sociales y a favor de la igualdad. Esther Tusquets escoge al conejo como espejo de nuestra propia intolerancia y fanatismo. En un país idílico vivían dos tipos de conejos, los blancos y los negros. Los blancos eran los que comían los mejores pastos, los que caminaban erguidos y los que mandaban, mientras que los negros, sin pasar hambre, se alimentaban con peor hierba y andaban mirando hacia abajo, en señal de sumisión, podríamos decir. Y lo que es peor es que todo el mundo estaba contento porque así había sido siempre. Hasta que nació Marcela, una coneja negra singular porque tenía un ojo saltón que miraba hacia arriba; así se dio cuenta pronto de la situación y no la aceptó. ¿Por qué no podía comer el mejor pasto como los conejos blancos?
 Marcela se saltó todas las normas y tuvo que huir de su país. Su nuevo hogar también la decepcionó porque allí era todo igual, aunque al revés; esto es, los conejos negros formaban la clase social principal, mientras que los blancos eran los sumisos. A Marcela no le gusta nada este cambio de papeles y sigue rebelándose con las armas que mejor conoce: los mordiscos y las patadas.
 La situación se equilibra cuando Marcela conoce a Federico, un conejo blanco con un ojo estrábico, como ella. Juntos deciden emprender una nueva vida y juntos buscan otro país, en donde poder formar su propia familia; pero… sus conejos ya no serán ni blancos ni negros, sino mezclados. Y eso los hará a todos desiguales y, a la vez, iguales, porque en el mestizaje, nos dice el texto, está la clave de la armonía social.
La conejita Marcela sigue de cerca el cuento breve de Monterroso tan célebre titulado La oveja negra, aunque en esta ocasión, Esther Tusquets dulcifica el mensaje, atendiendo a sus lectores, y propone un mundo en donde todos tengan cabida y en el que nadie se sienta superior a otro y, lo que es peor, se acepten esas diferencias como algo ya establecido contra lo que no se puede luchar. El texto apela a la no discriminación por las singularidades raciales y apuesta por la igualdad y la integración plena.
La conejita Marcela es un relato hermoso, perfectamente construido, que sigue una estructura paralela, en torno a los dos tipos de conejos, los blancos y los negros. Describe muy bien las características psicológicas de Marcela, a la que presenta como una conejita bonita, diferente, que no acepta las injusticias y que, de forma simbólica, es capaz de ver los dos mundos a la vez, ya que, con un ojo, ve lo de arriba y, con el otro, lo de abajo. Y no le gusta nada de lo que observa, de ahí que se rebele y tenga que exiliarse.
En la edición que estamos comentando destacan las ilustraciones de María Hergueta que juegan con el realismo –ya que las figuras de los conejos presentan toda clase matices reales- y los colores, que la ilustradora emplea de una manera libre y muy llamativa. Sin duda, destaca el color amarillo por encima de los demás, un color que unifica las diferencias o aproxima los parecidos, según se mire.
En suma, La conejita Marcela es un cuento que hará las delicias de los más pequeños, por su palabra clara, por su juego estilístico, por sus ilustraciones (la figura de una coneja con gafas es realmente chocante); pero que impactará a los adultos, quienes entenderán mejor el doble sentido del relato y apreciarán la imagen de la portada en donde se ve a la conejita Marcela con el hocico sujeto por una cuerda o un lazo. De alguna manera, esa imagen habla de todas las injusticias sociales e invita a abrir el libro para seguir, de cerca, a esa coneja pionera que se atrevió a acabar con las normas asociadas al color de la piel.

sábado, diciembre 10, 2011

                                  

SARA, MUJER APASIONADA


         

            ¿Por qué hablar de las mujeres de la Biblia?, se preguntará tal vez algún lector. Bien la respuesta es tan subjetiva como se quiera, pero resulta innegable que “La Biblia” es un libro de alcance universal, que puede tener mil y una interpretaciones, y que, a menudo, parece hecha y protagonizada sólo por hombres, cuando detrás de esos hombres, o al lado o tal vez un paso por delante,  caminó siempre una mujer. Bueno es que descubramos, al menos superficialmente, quiénes eran estas mujeres y por qué merecen ser recordadas. Seguro que nos llevaremos más de una sorpresa porque siguen siendo figuras actuales, de carne y hueso.
            Empezamos por Sara, la mujer de Abraham, la madre del pueblo escogido, la dulce hermosa mujer que dejó todo, su pueblo, su casa, su vida, por seguir a su marido y un sueño que parecía más bien una quimera: el sueño de fundar un nuevo pueblo y de ser el origen del  mismo.
            Sara es una mujer bíblica de carácter fuerte. Se ríe continuamente, a veces resulta poco respetuosa, incluso irreverente; es celosa y también muy severa cuando los celos la pueden. Es tremendamente pasional y por eso sorprende, en un principio, que fuera ella la elegida para semejante misión, ser la madre del pueblo escogido. Su protagonismo es innegable y su actuación, como veremos, es siempre humana, nada que ver con el endiosamiento o la divinidad.
            La Biblia no habla de las bodas entre Abram y Sara ni de los años que vivieron juntos sin tener descendencia; pero si lo intuye José Jiménez Lozano en un libro delicioso, lleno de magia, de ternura, de poesía, “Sara de Ur”. Imagina el escritor que fueron como sigue: “Sara y Abram se habían casado en un plenilunio, y, luego, la luna había seguido alzándose y ocultándose, creciendo y menguando, mostrando su rostro entero o embozándoselo, riendo o como un hacha dorada que fuese a caer sobre Ur o, luego, en el desierto, y cuando por fin habían llegado al “País de la Púrpura”. Y hubo mil noches profundas, y mil noches de ascuas encendidas en lo alto, y mil noches más pálidas como atardeceres interminables e inciertos, y mil días dorados y otros tantos grises o apesadumbrados. Y los días se encadenaron con los días, y las noches con las noches, y los días y las noches de las semanas se enlazaron con los días y las noches de los meses y los años, y hubo inviernos y veranos, hielo y tempestad, flor de rocío y flores de primavera, y hasta la hierba asomó en la arena y en pedregal, pero el vientre de Sara seguía estando liso”. 
            La primera vez que se nombra a Sara es en el “Génesis” (11, 30) y precisamente es para mencionar un detalle que, seguro, la había de avergonzar en una época en que de las mujeres se esperaba, sobre todo, que fueran madres: “Era Sarai estéril y no tenía hijos”.
            En la literatura, se recrea el momento en que Sarai confiesa a Abraham esta esterilidad y resulta entrañable el momento: “-Soy una mujer estéril, Abram. Hace años que la sangre no brota entre mis muslos. Tu simiente se pierde en mi vientre como si la depositaras en el polvo.
-Lo sé –respondió Abram con dulzura-. Todos lo sabemos y desde hace mucho tiempo.
-Te engañé –insistió Sarai-. Era seca ya e incapaz de parir cuando viniste a buscarme al templo de Ur, pero no me atreví a confesártelo. La felicidad de que me llevaras contigo era demasiado grande, nada más importaba” (“Sara”, de Marek Halter).
            Sara, ya hemos dicho, deja atrás su mundo, Mesopotamia, su ciudad, Ur, donde vivía con desahogo y ciertas comodidades para seguir a su marido, que quiere obedecer la llamada recibida de Yavé: “Dijo Yavé a Abram: “Salte de tu tierra, de la casa de tu padre, para la tierra que yo te indicaré. Yo te haré un gran pueblo, te bendeciré y engrandeceré tu nombre que será una bendición”.( Génesis, 12, 1-2).
            Este hecho no resultaría sorprendente si no nos fijásemos en la edad de los protagonistas: Abraham tiene 75 años y Sara 65; pero de todas maneras se ponen en marcha, con Lot, otros familiares y su ganado. Llegan a Canaán en donde pretenden establecerse, al menos inicialmente. Pensemos en Sara y en su fe, a su edad y estéril no estaría nada segura de las palabras de Yavé y, sin embargo, siguió adelante. Eso sí, en la imaginación de Marek Halter Sara hace algo que no debiera y es invocar a otros dioses, porque desconfía de Yavé y desea ser madre:
“Oh, Nintu, señora de los menstruos,
Nintu, tú que decides sobre la vida en el vientre de las mujeres,
Nintu, amada patrona del traer al Mundo, recibe la súplica de tu hija Sarai,
Oh., Nintu, patrona del traer al Mundo, tú que recibiste el sagrado adobe del parto de manos de Enki el Poderoso, tú que tienes la tijera del cordón de nacimiento,
Nintu, escúchame, escucha el dolor de tu hija,
No la dejes en el vacío”.
            En Canaán, siguiendo con la historia, hay una gran hambruna y deben emigrar a Egipto. Abraham tiene miedo y decide hacerse pasar por hermano de Sara, porque Sara, a su edad, seguía siendo de una belleza perturbadora, con una belleza ya legendaria según nos cuenta Halter: “Se decía de mí que era la más hermosa de las mujeres, de una belleza que atemorizaba y atraía a la vez, una belleza que sedujo a Abraham la primera vez que me miró, una belleza que no se marchitaba, turbadora y maldita como una flor que nunca iba a engendrar fruto”.
            En Egipto, el mismo Faraón pone sus ojos en Sara y la quiere para sí, a lo que Yavé responde con grandes plagas y el Faraón acaba por darse cuenta y devolver a Sara a su marido, mientras le reprocha lo mal que se ha portado:
            “Cuando estaba la próximo a entrar en Egipto, dijo a Sarai, su mujer: “Mira que sé que eres mujer hermosa, y cuando te vean los egipcios dirán: “Es su mujer”, y me matarán a mí, y a ti te dejarán la vida, di, pues, te lo ruego que eres mi hermana, para que así me traten bien por ti y por amor de ti yo salve mi vida”. Cuando, pues, hubo entrado Abram en Egipto, vieron los egipcios que su mujer era muy hermosa; y viéndola los jefes del faraón, se la alabaron mucho, y la mujer fue llamada al palacio del faraón. A Abram le trataron muy bien por amor de ella, y tuvo ovejas, ganados, asnas y camellos. Pero Yavé afligió con grandes plagas al faraón y a su casa por Sarai, la mujer de Abram; y llamando el faraón a Abram, le dijo: “¿Por qué me has hecho esto? Por qué no me diste a saber que era tu mujer? ¿Por qué dijiste: Es mi hermana, dando lugar a que la tomase yo por mujer? Ahora, pues, ahí tienes a tu mujer, tómala y vete”. Y dio el faraón órdenes acerca de él a sus hombres, y le despidieron a él y a su mujer con todo cuanto era suyo” (Génesis, 12, 11-2).
            La vuelta a casa de Sara es silenciada en la Biblia, pero Halter imagina que no fue muy bien recibida porque todos sospechan qué ha podido pasar y Lot, borracho, así lo proclama: “¡No le preguntéis a mi tía Sarai por qué regresa como una reina! Sed cobardes. Haced como Abram, él no pregunta nada. Su Dios Altísimo tampoco pregunta. ¡Ja, ja, ja! ¡Sólo el sobrino Lot pregunta! A él le importan un pimiento los asnos y las mulas del faraón. ¡Pero Lot quiere saber! Él hace la pregunta: ¿por qué Sarai regresa como una reina?”.
            Continúa la narración y, pese a la esterilidad de Sara, Yavé sigue prometiéndole a Abram una gran descendencia (Génesis, 13, 14-15). Tanto es así que Sara cree que ha llegado el momento de adoptar medidas y decide ofrecerle su esclava, Agar, a su marido para que procree con él: “Mira, Yavé me ha hecho estéril; entra, pues a mi esclava, a ver si por ella puedo tener hijos” (Génesis, 16, 2). No debemos juzgar tal decisión de forma severa, desde nuestra mentalidad, porque, según las leyes mesopotámicas, una mujer estéril podía ceder su esclava al marido y si tenía descendencia reconocer al hijo como suyo. No obstante, Agar se envanece porque queda encinta y ofende a Sara, la mira con desprecio. Entonces, Sara actúa con mucha severidad y da un ultimátum a su marido: “Mi afrenta sobre ti cae; yo puse mi esclava en tu seno, y ella, viendo que ha concebido, me desprecia. Juzgue Yavé entre ti y mí” (Génesis, 16, 5). Sara echa de casa a su esclava, pero Yavé la hace volver. El hijo de Agar será Ismael, que no es el escogido, pero sí será el antepasado de los árabes del desierto, el fundador de otro gran pueblo.
            Podemos entender la extrema severidad de Sara, expulsando a su esclava embarazada, por celos y es que resultaría insostenible, por mucho que las leyes lo permitieran, para una mujer asistir a esas maquinaciones.  Halter así nos lo cuenta: “Salió de la tienda para respirar mejor. Lamentablemente, oyó mejor aún el placer de su esposo y de su doncella. Al abrigo de las miradas, se acuclilló como una anciana, con las manos sobre las orejas y los párpados cerrados. Fue peor aún. En su ceguera, veía el sexo de Abram, las hermosas caderas de Agar, su goloso éxtasis. Veía detalladamente todo lo que no debería haber visto. Vomitó como una mujer borracha”.
            Yavé, no obstante, sigue con sus planes y vuelve a aparecérsele a Abram para ratificarle su decisión: “Sarai, tu mujer, no se llamará ya Sarai, sino Sara, pues la bendeciré, y engendrará pueblos, y saldrán de él reyes de pueblos”. Cayó Abraham sobre su rostro y se reía, diciéndose en su corazón: “¿Con que a un centenario le va a nacer un hijo, y Sara, ya nonagenaria, va a parir?”. (Génesis, 17, 15-18). Llegamos aquí a un momento culminante en la historia y es el cambio de nombres: Abram ha dejado de ser y pasa a llamarse Abraham y Sarai es Sara. Cabe decir que el significado básico sigue siendo el mismo, “princesa” y “ser de noble linaje”, respectivamente, aunque algo cambia ahora por Sara pasa a ser “madre de reyes” y Abraham “padre de una multitud”. El nombre no era algo casual como ocurre hoy en día, sino que el destino iba muy ligado con el nombre que cada uno llevaba.
            Pasan los días y llegan tres hombres a la tienda de Abraham y son recibidos con él con gran hospitalidad, como no podía esperarse otra cosa en esa cultura. Sara prepara la comida, pero no comer con ellos y, sin embargo, los escucha, haciendo honor al tópico de la curiosidad femenina. Cuando escucha que va a ser madre se ríe, se ríe mucho: “Riose, pues Sara, dentro, diciendo: “¿Cuándo estoy ya consumida, y a remocear, siendo ya también viejo mi señor?” (Génesis, 18, 12). Y es que hacía mucho que Sara, como bien se lee, había dejado de menstruar. Los hombres la escuchar y le preguntan que por qué se ha reído: “¿Por qué se ha reído Sara, diciéndose: ¿De veras voy a parir, siendo tan vieja? ¿Hay algo imposible para Yavé? A otro año por ese tiempo volveré y Sara tendrá un hijo”. Temerosa Sara, negó haberse reído, diciendo: “No me he reído”; pero él le dijo: “Sí te has reído” (Génesis, 18, 13-15). Sara se queda avergonzada y contrita.
            El libro de M. Halter recoge el momento en que ser ríe Sara del mensaje de esos tres hombres con total plasticidad: “No fue una carcajada; no una risita ni una sonrisa divertida, sino una risa como nunca había soltado en toda mi vida. Una risa para creer en las palabras de Yahveh  y no creerlas. Una risa que me sacudió de la cabeza a los pies, corrió por mi sangre, por mi corazón, que me inundó el pecho y se acurrucó en mi vientre como una vida que se agitaba.”
            Una de las características de Sara es su risa, es una mujer alegre de risa fácil, como bien recoge José Jiménez Lozano: “Así que Sara se reía mucho más bajo la sábana. Pero sintió como si un niño se riese ya allá dentro de sí misma. Y, luego, se durmieron hasta muy tarde después de amanecer”.
            Abraham, fiel a su nomadismo, parte de nuevo hacia Guerra y allí Sara vive una situación parecida a la que ya vivió con el Faraón. De nuevo Abraham le dice que se hagan pasar por hermanos y el rey de Guerra, Abimelec, la toma por esposa, y la instala en su harén, hasta que se le aparece Yavé y condena  esta conducta. Abimelec se enfada grandemente y entonces llegamos a una información importante: Abraham no mentía del todo, ya que Sara y él eran hermanos de padre. Finalmente el rey lo colma de dones y lo deja marchar, a él y a Sara (Génesis, 20). Bien, este episodio repetido dos veces parece hablar del temor de Abraham y no queda muy bien parado el patriarca, puesto que pone en peligro el honor de su mujer, aunque, en ese momento, valía más la vida del marido que el honor de su esposa y así lo aplicó Abraham.
Finalmente,  Sara concibe y da a luz un hijo, Isaac: “Visitó, pues, Yavé a Sara, como le dijera, e hizo con ella lo que le prometió; y concibió Sara, y dio a Abraham un hijo en su ancianidad al tiempo que le había dicho Dios. Dio Abraham el nombre de Isaac a su hijo, el que le nació de Sara. Circuncidó Abraham a Isaac, su hijo, a los ocho días, como se lo había mandado Dios. Era Abraham de cien años de edad cuando le nació Isaac, su hijo. Y dijo Sara: “Me ha hecho reír Dios, y cuantos lo sepan reirán conmigo” (Génesis, 21, 1-6).
El nombre de Isaac significa “Dios ha sonreído” o “ría Dios” y volvemos a ver cómo el nombre es muy importante. José Jiménez Lozano así lo recrea: “Abram entró, corriendo, en ella y preguntó:
-¿Por qué te ríes?
-No me he reído –dijo Sara riéndose.
            Y en eso notó Abram que Sara se encontraba ya restablecida y que la agonía del parto había pasado; y Agar y las otras mujeres le mostraron al niño que Sara había dado a luz y al que estaban lavando en una jofaina azul: era un bebé muy gordo y mofletudo, que reía en vez de llorar, como hacían todos los niños al nacer”.
            Sara entonces reflexiona sobre aquella otra risa que soltó cuando no creyó lo que Yavé le deparaba y dice: “Pero hoy sé que Yahveh me la concedió, aquella risa, porque la merecía. Tras tantos años de ser sólo Sarai, la del vientre seco, la esposa de Abram, heme aquí anciana y Sara, la fecunda. Sara pariendo la descendencia de Abraham, Isaac, mi hijo. ¿Cómo no reírse?”
            Sara actúa con extrema dureza con Agar de nuevo, lo cual choca con su carácter apacible y alegre, y la expulsa con su hijo Ismael, acaso sospechando que le pueda quitar la primogenitura a Isaac. Agar es consolada por Yavé en el desierto: “Levántate, toma el niño y tomale de la mano, pues he de hacerle un gran pueblo” (Génesis, 21, 18).
            En la Biblia, Sara no está presente en el sacrificio de Isaac (Génesis, 22), pero Halter, a quien ya hemos mencionado varias veces aquí, imagina que Sara los sigue y contempla la escena horrorizada, mientras invoca a Yavé: “Yahveh, dios de Abraham, escucha mi voz, la voz de una madre. No puedes, no. Tú no puedes exigir la vida de mi hijo, la vida de Isaac. Tú, no. No el Dios de justicia.
            Escucha mi grito. Si permites que Abraham deje caer su cuchillo, que el cielo se oscurezca para siempre, que las aguas sumerjan la Tierra, que Tu obra desaparezca, se rompa, como los ídolos de Téraj que Abraham destruyó en Jarán”.
            Y acaba su suplica con unas palabras que anticipan el papel de Sara en la historia: “Detén la mano de Abraham. ¡Que arroje su cuchillo! Tu gloria encontrará una morada en mi corazón y en el corazón de todas las madres de Canaán. No rechaces mi plegaria. Piensa en nosotras, las mujeres, a través de ellas. Tu alianza sembrará el provenir, de generación en  generación. ¡Grito hacia Ti, Yahveh: que tu fidelidad esté en mi como mi esperanza está en Ti!”.
            Como ya sabemos, Isaac no muere y en su lugar, milagrosamente, aparece un carnero que es el que será degollado.
            Por último, volvemos a saber de Sara cuando muere (Génesis, 23) a los 127 años y sabemos que Abraham la lloró grandemente, así como su hijo Isaac, aunque éste se regodeó con su mujer (Génesis, 24, 67). El hecho de su sepultura fue también complicado porque Abraham quería comprar la tierra y no se lo permitían, aunque finalmente se salió con la suya y fue Sara quien ocupó el primer trocito de la tierra prometida. Fue sepultada en Macpela, Hebrón.
José Jiménez Lozano describe, con gran lirismo la muerte de Sara y cómo su marido echaba de menos su risa. Abraham compró el campo donde estaba la sepultura y se dedicó a cuidarlo y sentir nostalgia de Sara: “Como la luna era, y sus senos pequeños como manzanas en agraz todavía; su risa como el agua que del arcaduz rebosa en tiempo de sequía”. Un buen día ve que junto a la tumba ha florecido un manzano: “Y esa era la señal convenida de que ella había vencido a las sombras en lo oscuro. Así que Abram sintió rejuvenecer su sangre”.
            Posteriormente, en el Nuevo Testamento Sara es el ejemplo de mujer inquebrantable que sigue los designios del señor (Romanos, 4, 18;  Hebreos, 11, 11) e incluso como ejemplo de esposa (1 San Pedro, 3, 6).
            La figura de Sara de Ur sigue siendo atractiva y sin duda el relato bíblico que hemos ido glosando en las líneas anteriores se complementa con las dos novelas que hemos escogido para acabar de centrar y de recrear su humanidad desbordante.

Bibliografía mínima


-García de la Fuente, Olegario: “Mujeres de la Biblia”, Barcelona, Planeta, 1976.
-Halter, Marek: “Sara”, en “Heroínas de la Biblia”, Barcelona, Planeta, 2004.
-Jiménez Lozano, José:  “Sara de Ur”, Madrid, Espasa-Calpe, 1997. (Austral, 408).
-Nacar, Eloino; Colunga, Alberto: “Sagrada Biblia”, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2003.

Publicado en Arena y Cal

viernes, diciembre 09, 2011

           
            Las películas que nos hablaban de una princesita hermosa, llena de candor e ingenuidad, vestida con sedas... hicieron las delicias de las niñas y no tan niñas de los 60 y aun de los 70. Tanto que en España se editó una revista titulada “Sissi” e, incluso, hubo colecciones de álbumes y cromos en los que se recreaba, fotograma a fotograma, cada una de las películas que comentamos en su tiempo.
            A finales de los 60 y principios de los 70, la editorial Bruguera de Barcelona, llevada por este éxito de todo lo relacionado con Sissi, editó en “Historias selección” una colección de historias que se dividían en las siguientes series:
Clásicos juveniles
Grandes aventuras
Mujercitas
Leyendas y cuentos
Julio Verne
Historia y biografía
Sissi
Pueblos y países
Pollyanna
Karl May
Emilio Salgari
Ciencia ficción

            Eran libros de texto y con 60 páginas ilustradas, en cuyo lomo figuraban los personajes más importantes de las distintas historias. Pues bien, a Sissi, lo acabamos de leer, se le dedicó toda una serie. Estas novelitas estaban protagonizadas por la emperatriz y siempre se titulaban “Sissi y...”, dependiendo de la aventura. En todas ellas se presentaba a una joven amable, buena con las pobres gentes, deseosa de agradar, decidida y tremendamente enamorada de su marido.
            Más que una emperatriz era una especie de hada buena que aparecía en las vidas de sus súbditos  les ayudaba, porque, a menudo, Sissi iba de incógnito y así conocía qué pasaba en su país y podía ayudar a las gentes y saber qué opinaban de ella.
            Francisco José se presenta como un caballero, un hombre apuesto y galán que bebe los vientos por su mujer y hace lo que ella le pide.
            Los padres de Sissi son un dechado de amor filial y la pobre Sofía, la madre del emperador, no sale muy bien parada.
            Los dibujos siguen reproduciendo la imagen propia de las películas, grandes espacios, grandes fiestas, solemnidades... hermosos vestidos.... todo para hacer vagar y volar la fantasía de las lectoras puesto que la serie va dirigida a las niñas.
            En “Sissi y el Danubio azul” se presenta cómo Sissi conoce a Strauss y le inspira la composición del precioso vals inmortal, bien el narrador se explaya a gusto en estas irrealidades. En la historia se nos muestra como Sissi siente que su marido trabaje tanto y le echa en cara, con mucho amor, que no esté más por ella.
            En “Sissi en Baviera” nos habla de la enfermedad de Max y como Sissi vuelve a su hogar para estar cerca de su padre y, de paso, hacer de cupido entre una pareja de enamorados.
            Se habla de los paisajes que atraían a la princesa, de sus ansias de ser libre y se exagera mucho el amor que sentía por su marido que no era tal. Por otra parte, es una mujer sin defectos, perfecta, amable, cariñosa, una mujer más maravillosa que real. No nos extraña que con este tipo de literatura, firmada por Marcel D`isard o Anne Saint Varent, se perpetuase la idea de una dama etérea, hermosa hasta el dolor, llena de piedad y amorosa en grado extremo con su marido, amén de comprensiva, hacendosa y perfecta, en una palabra.
            Ya en los 80, la televisión emitió una serie de dibujos animados que continuaban esta tendencia de una princesa de cuento de hadas.
            Vemos como la literatura, el cine y la televisión nos crearon una imagen falsa de Sissi, muy correcta dentro de su papel de mujer y madre, pero nada que ver con la realidad que acaso hubiese escandalizado, pero, bien  mirado, tiene mucha más gracia que tanta dulzura y bondad.
            Bien, ya en los 90 distintos autores vinieron a romper, coincidiendo con el centenario de la muerte, mejor dicho asesinato de Sissi, esta idea estereotipada.
            En literatura juvenil, Paco Climent en 1992 ganó el “Premio Infanta Cristina” por Sissi no quiere fotos que ya nos habla de una mujer de carne y hueso, distante, que viaja sin rumbo, que siempre va huyendo. Sissi emprende una huida hacia delante marcada por el dolor de la pérdida de su hijo. Sin embargo, la acción se centra en Leticia, una joven periodista que cubre el viaje de la emperatriz por Cádiz y Sevilla.
            En el 94 Ángeles Caso dio el espaldarazo a la imagen real de Sissi con su “Elisabeth, emperatriz de Austria Hungría”, un libro espléndido en forma de diario que se acerca al corazón y a los sentimientos de Sissi y que es uno de los ejes fundamentales de este libro. Lo completó años después con un “Álbum privado” que nos ofrecía fotos y poemas de la emperatriz y constituye un documento de interés excepcional.
            Ana Mª Moix recrea, de manera singular, en Vals negro (1994) la vida de una mujer, vista por otros personajes que la conocieron, que no fue otra cosa sino un coqueteo con la muerte, la famosa dama blanca. Es un libro magnífico también.
            Néstor Luján en A Mayerling, una nit....(1994) arranca de una realidad, el suicidio de Rodolfo, y construye una historia sugestiva en la que Poirot y Sherlock Holmes son los encargados de desvelar o descubrir qué hay detrás de esa muerte. La emperatriz aparece aquí como una madre dolorosa, que quiere saber qué le pasó en realidad a su hijo. Es una novela también sugestiva.
            Fernando del Paso en Noticias del imperio (1987) nos habla de Carlota, la infortunada esposa del que quiso ser emperador de México y aunque la novela, muy voluminosa nos habla de ella, no deja de mencionar en alguna ocasión a Sissi como a una mujer a la que la muerte la rondaba desde el nacimiento.
           




SISSI, LA EMPERATRIZ INCOMPRENDIDA

(Introducción mínima)

                                                          Sissi pintada por Winterhalter
                                                        “En domingo nací, hija del Sol;
                                                        sus dorados rayos fueron mi trono”

                                                                         (Elisabeth)


           La Emperatriz Elisabeth –Sissi- es una figura histórica de sobras conocida. Atacada por unos, alabada por otros, compadecida por algunos, quizá nadie –ni ella misma- supo qué se escondía en su alma, qué torturaba su corazón, qué quería, qué anhelaba. Su temperamento independiente, ajeno a las normas sociales, hizo temblar a la timorata Viena y palidecer a la propia reina Victoria, a Isabel II y al rey de Grecia. La vieja Europa no estaba preparada para entender a una mujer como Sissi. Nadie comprendió su camino sin fin, su lucha contra lo establecido. Nadie supo ver la profunda tristeza, la vulnerabilidad que se escondían detrás de esta mujer hermosa, que encandiló al mismísimo emperador de Austria, Francisco José. A este respecto, Ángeles Caso en Elisabeth, emperatriz de Austria-Hungría recoge las que bien podrían haber sido las reflexiones de la propia Sissi:
            “Toda mi vida ha sido una lucha por alcanzar un pequeño trozo del Paraíso, y he tenido que enfrentarme al mundo entero en esa cruel batalla que me ha dejado marcada de imborrables cicatrices”.
            Elisabeth no fue la princesa almibarada y tierna, un poco desvaída, que se muestra en las películas de Romy Schneider que en la década de los 60 hicieron creer a las niñas que de verdad existían los cuentos de hadas. Años después, la actriz volvería a interpretar a Sissi en Luis II de Baviera, dirigida por Luchino Visconti, aunque de una manera muy distinta a la trilogía (Sissi, Sissi Emperatriz y El destino de Sissi). No es tampoco la dulce heroína de los cuentos editados por Bruguera en los 70 –que hicieron las delicias de quien esto escribe- ni es la princesita de los dibujos animados que se emitieron en los 90, con motivo del aniversario de su muerte.  Elisabeth fue una mujer rebelde, de extraordinaria inteligencia, que nació antes de tiempo y que vio, con absoluta clarividencia como el gusano del tiempo corroía las fruta podrida de los Habsburgo. Así lo ve Ana Mª Moix en Vals Negro:
            “Es decir, los cabezas máximas de todas las monarquías europeas, los representantes de la vida diplomática del orbe entero y la consternada corte vienesa vio, de repente, cómo el emperador había envejecido y, con él, también su Imperio, el siglo y, en definitiva, el mundo en el que vivían”.
            Sissi nació el 24 de diciembre de 1837 en Munich, hija de Ludovica y de Maximiliano de Baviera, un matrimonio de conveniencia que, contra lo que leímos de niñas y vimos en el cine, nunca fue un matrimonio bien avenido. Max engañaba continuamente a su mujer; es más, solía almorzar con sus hijos ilegítimos. No obstante, el matrimonio tuvo 8 hijos. Sissi no estaba destinada a ningún alto cargo y vivió una vida sencilla, en la naturaleza, atendida y educada directamente por su madre, a quien quiso mucho y a quien habría de añorar en Viena.
            Sissi no tenía que ser la esposa elegida por el Emperador, sino su hermana Helena, la hermosa Helena; pero Francisco José se prendó de la hermana pequeña, vestida de manera campesina, peinada con trenzas; la hermana-niña que parecía más ingenua, más dulce. Francisco José era 7 años mayor y toda la vida sintió hacia su esposa acaso más amor del que ella sintió por él:
            “El enamoramiento de Francisco José por su esposa es famoso en toda Europa, pero Ida Ferenczy cree que los sentimientos del emperador ya no son producto del amor, sino de la veneración. Sólo así puede comprender que, tras el período de tensas relaciones habido en tiempos entre la pareja –según le ha confiado su amiga en alguna ocasión-, conservara el afecto esa indisimulable finura de lo intocado por el deterioro de la humana pasión (Vals Negro).
            La propia Sissi auspició las amantes de Francisco José, en las que encontraba el apoyo que ella no supo o quiso darle, la vida burguesa que él necesitaba. La primera fue Anna Nahowski y la segunda la actriz Catalina Schratt.
            Sissi y Francisco José se casaron en 1854, cuando ella tenía 16 años. Francisco José vivía muy apegado a su madre, Sofia, hermana de Ludovica que era –según decían- “el hombre de palacio”. Sofía quiso moldear a la joven Sissi para que aceptase con profesionalidad su cargo de Emperatriz, pero no lo consiguió y entre ellas se inició un desencuentro que habría de durar hasta la muerte de Sofía. Y es que Sissi no fue una novia feliz –se cuenta que lloró como una malva y que no se consumó el matrimonio hasta pasados unos días, con lo que significada para la corte vienesa-. A Sissi la aguardaban en el Palacio Imperial, el Hofburg, un puñado de arpías dispuestas a criticarla, a observarla y a anularla si hacía falta. Una de sus damas era la implacable condesa Esterházy. Su marido la amó, dio pruebas de ello, pero siempre se sintió apegado a su papel de Emperador, muy conservador, con lo cual no sirvió de mucha ayuda a su esposa en la lucha contra las convenciones sociales y las hipocresías de palacio. Francisco José fue un emperador a la antigua, con un gran trabajo sobre sus espaldas, que no acertó a ver que el mapa europeo estaba cambiando y, con él, toda la concepción del Imperio.
            Sissi fue madre muy pronto. Su primera hija, Sofía, murió a los 2 años de edad, lo cual supuso un duro golpe para la Emperatriz. Le siguieron Gisela y Rodolfo. Todos le fueron arrebatados por su suegra quien consideró que ella sabría educarlos mejor.  Sin embargo, Sissi, horrorizada, intervino cuando supo cómo era el preceptor de Rodolfo, Gonchecourt, un hombre cruel y ,digamos, que masoquista, aunque el daño ya estaba hecho. Sólo se sintió plenamente madre cuando nació, en 1868, Maria Valeria, su hija adorada, de quien no habría de separarse mucho tiempo y a quien quiso entrañablemente.
            Pronto Sissi mostró síntomas de una extraña enfermedad que no se supo diagnosticar –acaso depresión, acaso anorexia, acaso hastío, el mal romántico, puesto que Sissi representa muy bien el alma torturada e inconformista, algo narcisista, de los románticos-. Y emprendió un viaje a Madeira que para ella iba a ser el descubrimiento de que lejos de la corte podía respirar:
            “¡La desconcertante enfermedad de la emperatriz! Fiebres, cansancio, ensimismamiento, insomnio, desgana... síntomas que desaparecen, le consta al príncipe Meyer, en cuanto la enferma se enfrasca en una conversación sobre Heine o Shakespeare, o cuando está de viaje, lejos de Viena” (Vals Negro).
 Así fue llamada la emperatriz viajera porque no paró de viajar desde entonces –incluso tenía su propio yate, el “Miramar”: Corfú –en donde se construyó una villa-, Venecia, Biarritz, Merano, Mallorca, Sevilla, Londres, Summerhill...
            Y es que Sissi tuvo unas manías y unas características bien especiales: le gustaba montar a caballo, se hizo instalar un gimnasio en Palacio para practicar anillas, coleccionaba fotos de mujeres hermosas, le gustaba la caza del zorro, era capaz de caminar horas y horas sin dar muestras de cansancio, tenía un pelo larguísimo que le ocasionó dolores de cabeza y de espalda y, sobre todo, se obstinó en mantener la misma figura toda la vida. Medía 1, 72 cm, nunca sobrepasó los 50 kg y mantuvo 40 cm de cintura. Todo ello hoy se diagnosticaría como anorexia. Ángeles Caso así lo recoge:
            “He tenido que reducir aún más mis frugales comidas y alimentarme sólo a base de jugo de carne y frutas, pues estaba a punto de sobrepasar los cincuenta kilogramos de peso –un límite fatídico para mí- y mi espalda ha comenzado a producirme unos persistentes dolores, que algunos días me han impedido montar por la tarde”.
            Ana Mª Moix añade algún detalle más para que entendamos  el ritmo frenético de vida que llevaba Sissi:
“El insomnio de la emperatriz va en aumento, y también sus crisis de angustia. Quizá tenga razón el doctor Seeburguer al afirmar que la soberana lleva un ritmo de vida tan insano como extravagante. Se levanta a las cinco de la mañana, toma un baño de agua fría (que el médico considera contraproducente para sus dolores reumáticos), se hace dar un masaje y empieza sus ejercicios de gimnasia, que la dejan extenuada. Desayuna un zumo de frutas (...) y llega a la sesión de peinado con Fanny Angerer, que aprovecha para leer, escribir cartas o estudiar húngaro. Se viste con traje de esgrima o de montar, según el ejercicio por el que opte (...). Sigue la larga caminata con alguna de sus damas, la menos harta de esos paseos que se prolongan a veces durante tres y cuatro horas”.
            A Sissi le gustaban los caballos y los sentía muy cerca: a Dominó o a Nihilista –véase el nombre especial de este último-. También sentía predilección por los perros, en especial Shadow, quien habría de acompañarla durante muchos años, y por los papagayos.
            Fanny Angerer fue su peluquera y hay que decir que no era una tarea fácil porque el pelo de Sissi caía como una cascada, de este modo Fanny estuvo más que bien pagada. Mientras la Emperatriz se sometía a las sesiones de lavado y peinado, aprendía húngaro, como hace un momento acabamos de leer:
            “La cabellera, de color rubio oscuro, llega a los tobillos de la emperatriz, que se la hace teñir de un tono castaño. La operación, dada la extrema longitud de los cabellos, requiere una notable habilidad, que Fanny Angerer, por supuesto, posee, y que es casi una insignificancia en comparación con la destreza que despliega para componer la elaboradísima corona de cabellos trenzados que ciñe la cabeza de la soberana” (Vals Negro).
            Pocas veces posó Sissi para los pintores, pero lo hizo en dos ocasiones para Xavier Winterhalter en 1864 quien la pintó, en un retrato, con los cabellos sueltos –es el que presidió el despacho del Emperador- y, en otro, con el pelo recogido y un vestido de ensueño, que es el retrato oficial de Sissi.
            No obstante, no fue una mujer vanidosa y veleta. Acaso tuvo un par de amores, el conde Andrássy y Middleton, pero fueron más imágenes platónicas que amores consumados:
            “Sostiene que el amor es como la débil llama de una vela, visible sólo en la oscuridad: en cuanto entra en contacto con la luz, ya no se distingue la que por sí misma emana” (Vals Negro).
            Es cierto que ella intuyó el cambio político y supo ver qué había detrás de los nacionalismos. Así cuando viajaron a Venecia en 1856, cuando fueron tan fríamente recibidos o cuando defendió la causa húngara, a raíz de su amistad con Andrássy. Es más, Sissi aprendió húngaro, tuvo dos damas y amigas húngaras, Ida Ferenczy y María Festetics. Gracias a ella, sin duda, en 1876 se firmó el Tratado de Reconciliación por el que se concedía la soberanía parcial a Hungría y Sissi y su esposo fueron coronados reyes. Es más, Sissi vivió muy a gusto en el Palacio húngaro de Gödöllö y una de sus grandes aportaciones políticas fue conseguir el reconocimiento húngaro en el Imperio. Aunque alguna de sus observaciones, recogida por el príncipe Meyer, no tiene tampoco desperdicio:
            “He oído decir que la república es la forma de gobierno más conveniente para los pueblos”.
            Elisabeth siempre estuvo muy preocupada por los manicomios, quizá por la locura evidente de algunos miembros de la familia Wittelsbach. Ella misma temió por su cordura. Nos lo comenta Ángeles Caso:
            “¿Qué delicado mecanismo de sus almas habrán manipulado los dioses o los demonios para enloquecer de ese modo a mis dos primos? A menudo me pregunto cuándo será mi turno”.
            “Mis damas empiezan a asustarse por esta afición mía a los paseos, que en los últimos tiempos, ahora que apenas monto, se han convertido en mi ocupación favorita. Algunas de ellas intentan la heroicidad de seguirme, y terminan maltrechas y agotadas, enfurecidas sin duda contra mí, la loca de los caminos polvorientos”.
            Destaca también la vulnerabilidad de esta mujer que, cuando lo creyó oportuno, cubrió su rostro con velos y abanicos y prohibió que nadie le hiciese fotos. “Cuando el tiempo me haya marcado con sus huellas imborrables, -seguimos a Ángeles Caso- yo envolveré mi rostro bajo velos, lo cubriré por siempre detrás de abanicos, para que la muerte pueda trabajar a solas, tranquila, en mi piel”.
            Con la muerte, la famosa Dama Blanca, tuvo una relación muy estrecha nuestra emperatriz y es que esta dama, antes de encontrarla a ella, no le hurtó desgracias. Primero fue su hijita de dos años, su cuñado Maximiliano, quien emprendió la locura de ser Emperador en México y fue fusilado –el caso de su esposa Carlota, enloquecida, fue otro drama-; la muerte de su querido Rudi, Rodolfo –la maldición decía que el primer emperador se llamó Rodolfo y el último también-. Rodolfo fue un muchacho débil, enfermizo, que se dejó influir y que, enfermo de gonorrea, adicto a la morfina, no pudo aguantar el peso de la vida y se suicidó en Mayerling junto a su amante María Vetsera –a su esposa Estefanía de Bélgica la había dejado estéril al contagiarle la enfermedad venérea que padecía y que Sissi creía que era una cistitis- el 30 de enero de 1889. A esta muerte brutal la antecedió la de su primo, el loco, Luis II de Baviera, el 13 de junio de 1886, por quien Sissi sentía una gran afinidad. Leamos el fragmento hermosísimo de Ana Mª Moix quien resume todas estas desgracias:
            “Nunca había visto a la Dama Blanca tan cerca como ahora; pero, como siempre había imaginado, era inconfundible. Había sentido su proximidad, en anteriores ocasiones, y la recordaba como una promesa de muerte que nunca era la suya: era la de su cuñado Maximiliano, fusilado en México; la de su primo Luis II, que murió loco; la de su hermana, la duquesa de Alençon, abrasada en un bazar de caridad; la del archiduque Juan Orth, desaparecido en el mar; la de la archiduquesa Matilde, quemada viva; la de su propio hijo Rodolfo, muerto de un disparo en la cabeza en Mayerling... Ahora, en cambio, la vio, cara a cara,y , al producirse el famoso y estremecedor abrazo, supo que era Ella”.
            Efectivamente, la mañana del 10 de septiembre de 1898, la emperatriz, que iba acompañada de Irma Sztáray, mientras paseaba por Ginebra, cerca del embarcadero, fue atacada por Luigi Luccheni, un anarquista de 25 años, con un estilete que le clavó en el corazón. La  Emperatriz siguió andando, pero, al desabrocharle el corsé, una mancha de sangre presagiaba lo peor. Moría una mujer, nacía la leyenda. Su asesino se suicidó en la celda en 1910. Y Sissi fue enterrada en la Cripta de los Capuchinos, justo donde no hubiera querido estar nunca.
            Sissi fue una mujer enfrentada a su propia soledad, que quiso por encima de todo ser libre y que anduvo obsesionada por sus propios fantasmas; de ahí quizá esa obstinación en seguir caminando, en seguir viajando, en correr, en huir de sí misma:
            “Sentí, como entonces, un frío inmenso, un frío que helaba mi cuerpo y mi espíritu, del que sabía que nunca podría recuperarme, y apreté la cara contra la piel del sillón para no ver todas las imágenes que se entremezclaban en mi mente: los ojos tiernísimos de mi madre intentando esconder su pena, los ojos amantes de Francisco ofreciéndome las flores en el cotillón, el día de su cumpleaños, los ojos heridos de Helena, los ojos torvos de mi suegra, los pequeños ojos, aún llenos de miedo, ya suplicantes, de Rudi recién nacido, cuando yo intentaba acercarlo a mis senos para que mamase toda la ternura que me crecía dentro, por las venas, amenazando estallar mi pecho, los ojos de tierra y lluvia de Bay Middleton, que apenas mi miraban para no arder en chispas de deseo, los miles de ojos que a lo largo de mi vida me habían vigilado, perseguido y acusado... La vida era un infierno, un infierno de miradas inflamadas, lastimeras, reprobadoras, miles de miradas clavándose en mí, llegando hasta dentro de mi corazón, hurgando  en mis tripas, impidiéndome vivir en paz...”(Elisabeth, emperatriz de Austria-Hungría).
            Sissi fue también una mujer muy culta, que aprendió húngaro y griego, que admiró a Lord Byron, a Shakespeare (se indentificó muchísimo con la Titania de El sueño de una noche de verano), a Homero, a Esquilo y, sobre todo, a Heine, de quien recibió influencias a la hora de escribir sus dos poemarios Cantos del mar del Norte y Cantos de Invierno. La Emperatriz confió su obra al presidente de la Confederación Helvética para que fuese publicado al cabo de 60 años de su muerte. También confió la gran totalidad de su fortuna en la Banca Rothschild en Suiza para que sus allegados pudiesen vivir bien en el exilio.  Tuvo una certera visión de futuro.
            Y éste es un retrato mínimo de una mujer que sigue encandilando y atrayendo a quienes se acercan a ella, una mujer solitaria, con un alma atormentada que emprendió una búsqueda denodada hacia la muerte, hacia la autodestrucción, hacia el final, hacia una verdad que ella no supo ver:
            “Una verdad tan simple y sencilla como terrible: que tanta espiritualidad, tanta inteligencia, tanta bondad, tanta belleza no le sirvieron para nada ni a ella, ni a sus hijos, ni al emperador, ni a los pobre por los que tanto se preocupaba, ni a los locos internados en manicomios que visitaba y cuya horrenda visión le quitaba el sueño por las noches, ni a los movimientos sociales y políticos revolucionarios a los que apoyaba de palabra y aplaudía mentalmente, pero a los que en nada concreto ayudaba, ni a los innumerables enamorados por los que se dejaba querer pero no tocar, ni a los amigos a quienes sí, indudablemente, quiso profundamente, pero sólo con la intensidad de la desolación y de la melancolía “ (Vals Negro).

BIBLIOGRAFÍA

-AVRIL, Nicole: La Emperatriz Sissi, Barcelona, Martínez-Roca, 1994.


-CASO, Ángeles: Elisabeth, emperatriz de Austria-Hungría, Barcelona, Planeta, 85 1994), (Mujeres Apasionadas).


-CASO, Ángeles: Elisabeth de Austria-Hungría. Álbum Privado, Barcelona, Planeta, 1997, (La Línea del Horizonte)

-CLIMENT, Paco: Sissi no quiere fotos, Barcelona, Toray, 1982.

-HAMANN, Brigitte: Sisi. Emperatriz contra su voluntad, Barcelona, Juventud, 1989.

-MOIX, Ana María: Vals Negro, Barcelona, Lmen, 1994.  (Femenino Singular, 15).

-Extra “Historia y Vida”: Sisi, cien años de un mito”, Barcelona, 88/año XXXI


Estudio publicado en Arena y Cal